20/11/12

#8N + #20N: los k, Maquiavelo y la virtud del buen gobernante ante la fortuna de los asuntos humanos

Néstor y Cristina Kirchner ejercieron el poder con mano de hierro y nadie se les opuso en estos nueve años de gobierno. La pregunta es: ¿el 13S, el 8N y el 20N alteran ese escenario político, exigiendo tiempos de diálogo y consensos?


Hoy no quiero dar mi visión de los hechos (una respuesta, en fin) sino aportar una herramienta de análisis: la dialéctica "fortuna" - "virtud" del quizá más importante pensador republicano, junto con James Madison. A veces está bueno que no nos den las ideas masticadas y que tengamos que ponernos a pensar un poco, ¿no?
Transcribo, entonces, un fragmento del Capítulo XXV de El Príncipe, del gran pensador político Nicolás Maquiavelo, titulado: "En qué medida están sometidos los asuntos humanos a la fortuna y cómo puede el hombre hacerles frente".
El resto, corre por vuestra cuenta (*).

No se me oculta que muchos creyeron y creen que la fortuna -o Providencia-, gobierna de tal modo las cosas del mundo, que a los hombres no les es dable, con su prudencia, corregir su rumbo ni oponerles remedio alguno. Con arreglo a semejante fatalismo, llegan a juzgar que es en balde fatigarse mucho en las ocasiones temerosas, y que vale más dejarse llevar entonces por los caprichos de la suerte (...). Sin embargo, como nuestro libre albedrío no queda completamente anulado, estimo que la fortuna es árbitro de la mitad de nuestras acciones, pero también que nos deja gobernar la otra mitad, o, a lo menos, una buena parte de ellas. La fortuna me parece comparable a un río torrencial que cuando se embravece inunda llanuras, tira abajo los árboles y edificios, arranca terreno de un paraje para llevarlo a otro. Todos huyen a la vista de él y todos ceden a su furia, sin poder resistirle.
Y, no obstante, por muy formidable que su pujanza sea, los hombres, cuando el tiempo está en calma, pueden tomar precauciones contra semejante río construyendo diques y esclusas, para que al crecer de nuevo se vea forzado a correr por un canal, o por lo menos, para que no resulte su fogosidad tan anárquica y tan dañosa. Pues con la fortuna sucede lo mismo: ella muestra su poder cuando no hay una virtud organizada y preparada para hacerle frente y por eso vuelve sus ímpetus allá donde sabe que no se han construido los diques y esclusas capaces de contenerla. (...) Y basta esta reflexión para lo concerniente a la necesidad de oponerse a la fortuna en general.
Refiriéndome ahora a casos más concretos, digo que cierto príncipe [léase hoy: gobernante] que prosperaba hasta ayer se encuentra caído hoy, sin que por ello él haya cambiado de carácter ni de cualidades. Esto proviene, a mi entender, de las causas que antes señalé extensamente al decir que el príncipe que se apoya únicamente en la fortuna se hunde tan pronto como ella cambia. Creo también que prospera aquel gobernante cuyo modo de proceder se halla en armonía con la índole de las circunstancias, y que no puede menos de ser desgraciado aquel cuya conducta está en discordancia con los tiempos. Porque se puede apreciar que los hombres proeceden de distinta manera para alcanzar el fin que cada uno se ha propuesto, esto es: gloria y riquezas: uno actúa con precaución, el otro con ímpetu; uno con violencia, el otro, con astucia; uno con paciencia, el otro al revés; y a pesar de estos diversos procedimientos, todos pueden alcanzar su propósito. Incluso, se ve también que, de dos hombres moderados, uno logra su fin, otro no; y que dos hombres, uno ecuánime, otro aturdido, logran igual acierto procediendo de dos maneras distintas, pero análogos a la diversidad de sus respectivos genios. La causa de ello se halla sencillamente en la condición de los tiempos y circunstancias, según concuerden o no con su modo de obrar.
De donde resulta que, procediendo diferentemente, dos hombres logran idéntico efecto, y procediendo del mismo modo, uno consigue su fin y otro no. De aquí nacen, también, los cambios de fortuna: si un hombre actúa con precaución y paciencia, y los tiempos y las cosas van de manera que su forma de proceder es buena, va progresando; pero si los tiempos y las cosas cambian, se viene abajo porque no cambia de manera de actuar. Porque no hay hombre alguno [o mujer], por muy dotado de prudencia que esté, que sepa adaptarse hasta este punto y hacer concordar bien sus procederes con las circunstancias y con los tiempos. En primer lugar, por no serle posible desviarse de aquella propensión a que lo inclina su propia naturaleza, y, en segundo lugar, por el hecho de que, al haber prosperado siempre caminando por un único camino, no se le puede persuadir de la conveniencia de alejarse de él. Por eso el hombre precavido, cuando llega el tiempo de echar mano al ímpetu, no lo sabe hacer y provoca su propia ruina. Y si el hombre pudiera cambiar su propia naturaleza de acuerdo con los cambios de los tiempos y las circunstancias, nunca cambiaría la fortuna.
(...)
Concluyo, pues, que si la fortuna varía y los príncipes [otra vez: los gobernantes] continúan obstinados en su natural modo de obrar, prosperarán, ciertamente, mientras semejante conducta concuerde con la fortuna misma. Pero empezarán a padecerla, en cambio, tan pronto como ésta no se avenga a su habitual proceder.

(*) Las negritas y cursivas son mías.

 Fortuna y virtud, en la metáfora del río bravo y los diques.

14/11/12

El clivaje político: la peor herencia del kirchnerismo


Hace dos años, cuando mi blog recién nacía, escribí en dos post una idea que me daba vueltas en la cabeza desde 2008, cuando empezó “la batalla kirchnerista contra el campo oligarca y destituyente” por una resolución que ya quedó en la historia, conocida simplemente como “la 125”. Una gesta cuyo fin trascendental –bien que arropado de “batalla cultural”- era aportar dinero a una kaja que, en un contexto de crisis internacional, se asfixiaba crecientemente.
Hoy vuelvo a publicar en un solo post aquel artículo que describía la fractura social argentina, dada su lamentable actualidad. Es más: hoy lo republico (algo retocado) sin signos de interrogación. Así: El clivaje político, la peor herencia del kirchnerismoYa no tengo dudas de que Argentina vuelve a transitar por el camino del odio entre conciudadanos.
Hace dos años, cerraba aquellos artículos proponiendo este didáctico ejercicio: “comprueben ustedes mismos la vuelta del clivaje. Traten de discutir con su mejor amigo, con el compañero de la infancia que siguen viendo, con el de la oficina de enfrente, con el cliente que viene al negocio a comprar, con su pareja, con cada argentino con el que se crucen. Lo conozcan hace mucho o hace poco, discutan sobre el kirchnerismo y sobre el país actual. Y, por sobre todo, traten de no terminar enemistados si opinan diferente al otro”.

El clivaje político, la peor herencia k
En ciencia política hay un concepto muy particular y preciso para esto que estamos viviendo hace ya años en el país y que se expresa, incluso, en la triste muerte del quinto presidente constitucional elegido por el pueblo desde la vuelta de la democracia, Néstor Kirchner. Me refiero al concepto de "clivaje". Esto es: una fractura irreconciliable dentro de la sociedad.
El término clivaje -o cleavage- significa escisión o fractura. Como categoría de análisis proviene, originariamente, del psicoanálisis. Con ella, Lacan (y antes Freud, con su “complejo de Edipo”) describe el "corte" o separación que realiza el padre (o quien cumpla esa función) del individuo en la niñez sobre el deseo hacia la madre.
Pero ha sido usado en la ciencia política para expresar, como se dijo, una fractura societal relevante. El clivaje político o social al interior de un país puede tener como origen diferentes causas: ideológicas, religiosas, culturales, económicas o étnicas. El clivaje político genera o refuerza identidad política, y repercute sobre el sistema político de la sociedad; alínea a los miembros de la comunidad de un lado o de otro, a favor o en contra. Es decir: demarca. Separa. Pero lo que caracteriza al clivaje político es la intensidad y la vehemencia de tal separación. No es la mera "división de intereses" presente en cualquier sociedad.
Los politólogos Seymour Martin Lipset y Stein Rokkan estudiaron hace décadas los orígenes históricos de los partidos políticos, y los tipificaron según cuatro crisis: nacionalismo versus separatismo (en el medioevo), confesional versus laico, urbano versus agrario y, por último, capital versus trabajo. A quien le interese profundizar en este análisis histórico puede leer el clásico Party systems and voter alignments: cross-national perspectives (1967), de los mencionados autores.
Ante un "clivaje", los políticos tienen, en general, dos actitudes posibles: valerse de él para conseguir votos, es decir: profundizarlo (y quebrar más a la sociedad, la que, en teoría, debería buscar lo contrario: la convivencia) o intentar superarlo.


En nuestro país, por muchas décadas, tuvimos un clivaje: peronismo - antiperonismo. Sabemos cuáles fueron las consecuencias de esa fractura societal. ¿Hace falta explicitar la fractura que vivió por décadas la Argentina? La bibliografía sobre el odio que antaño cargaban los liberales (y muchos radicales y de izquierda también) hacia los "peronchos", o viceversa, los "muchachos peronistas" hacia los "gorilas" es amplia. El que quiera recordarlo, también puede darse una vuelta por la Plaza de Mayo y ver los tristes balazos  que adornan el Ministerio de Economía: dosificadas muestras del odio que dividía al país cuando ocurrieron los bombardeos a la Plaza de Mayo, que determinaron el golpe a Perón de 1955. Y lo que vino después, lo tenemos presente porque durante esta década se revisitó mucho aquel período, fue un baño de sangre nacional.
Torcuato Di Tella entendió el caso argentino como un "clivaje de clase". Así definió, en 1972, al surgimiento del peronismo de 1945: una división irreconciliable entre dos sectores enfrentados por el control de los medios de producción.
No comparto esa postura, por varios motivos. Pero el más relevante para este artículo es que esa lectura olvida el gran componente cultural que expresa esa fractura (véase, al respecto, el libro Resistencia e integración, de Daniel James). Es decir, excede la marxista "determinación económica en última instancia". En efecto, nuestro clivaje no es "obreros" versus capitalistas, sino peronismo – antiperonismo y, como desarrollaré más abajo, pueblo – antipueblo. Significantes "vacíos" a los que se suma el nefasto -por falso y temerario- agregado contemporáneo kirchnerista: democracia  dictadura ("Clarín: Con la democracia no se jode! Unidos & Organizados").


Mal que mal, creo que el ex presidente Raúl Alfonsín intentó superar esa fractura. Con Carlos Menem, los tiempos fueron "light" en todo sentido: se dejó de lado el "clivaje" desde la frivolidad. Néstor Kirchner tampoco se valió de ello al principio: quería, de hecho, enterrar la palabra "Perón". Recuérdese, como pintoresca muestra, la frase con que el inefable Aníbal Fernández se despachó cuando todavía era ministro del Interior: “Que se metan la marchita en el culo”.
Sin embargo, el fallecido ex presidente y la actual presidenta, Cristina Fernández, cambiaron luego de rumbo y, hasta ayer, azuzaban el clivaje irresponsablemente. Provocando con ello actitudes y enardecimientos en muchos ciudadanos; gestos y sentimientos que no estuvieron ausentes incluso en los días posteriores a la muerte del ex mandatario.
Hoy ya es un lugar común kirchnerista decir que “el odio lo generan los medios hegemónicos, con el Gordo Larrata (por Lanata) a la cabeza”. Que el clivaje que se vive "se genera desde la oposición" y "desde los principales monopolios mediáticos". En este punto, la “batalla por la Ley de medios” fue un gran mojón identitario del relato k. Véase, por cierto, la respuesta kirchnerista a las protestas sociales del 13/S y el 8N: en la voz oficial es el antipueblo, la minoría privilegiada que quiere tirar abajo las conquistas sociales del pueblo.



Y desde el otro bando se responde con: “la yegua” esto o lo otro. Por cierto, las responsabilidades son bien distintas: el Estado (y quienes lo gobiernan) es quien debe al ejercer el poder ser ejemplo de. "Promover la paz interior", reza el Preámbulo. Sin embargo, el argumento más fuerte no es institucional sino que procede del orden del discurso. Veamos.
Sabemos, con Eliseo Verón, que todo discurso político se caracteriza por tener tres destinatarios: el "prodestinatario" (el "nosotros"), el "contradestinatario" (el "ellos"), y el paradestinatario (el público independiente). Podría decirse que esto es lo que bien conoce y maneja el peronismo kirchnerista. Pero no. El discurso destinado a fortificar la identidad de la "tropa propia" y a fustigar al "adversario" es propio de todo partido político, en toda democracia sana. El problema empieza cuando el otro no es el adversario sino el "enemigo". Y aquí, el centro de todo está en el uso de la palabra "pueblo".
En efecto, el problema empieza cuando el "nosotros" no es una parte del pueblo sino que se totaliza: cuando el discurso político pretende que "nosotros" es igual a "pueblo", a "democracia", y el resto, lo que queda afuera, es el antipueblo, o los que quieren volver a un régimen dictatorial. Es el clivaje político. Y este es el odio cuasi naturalizado que vive hoy la Argentina: ¿cómo no ponerse loco con lo que está contra el pueblo, o contra quien pone en peligro la democracia?
Importa, como dije, el uso que el político hace de este mecanismo: profundizar el clivaje y fracturar más a la sociedad, o intentar superarloPueblo - antipueblo. Democracia - dictadura. Estos dos pares (cadenas de significantes) pueden usarse juntos o alternativamente. A gusto del kirchnerista que los profiere.Porque: hay que decirlo claramente: por más virulento que sea su discurso contra el oficialismo, ningún partido político de todo el amplio abanico de la oposición (desde la derecha más rancia a la izquierda más testimonial) ha jugado con la idea de "pueblo" - "antipueblo" / "democracia" - "dictadura" como lo viene haciendo el peronismo kirchnerista desde marzo de 2008.
Hasta el mismo Juan Perón, ya viejo, intentó desactivar el clivaje que llevaba su nombre. Recuérdese la transformación que sufrió aquella "verdad peronista" que decía que "para un peronista no hay nada mejor que otro peronista". Como recuerda Verón en Perón o muerte, fue el propio General quien, al volver, dijo que "para un argentino no hay nada mejor que otro argentino".
La historia parece repetirse. Más de 30 años después, el kirchnerismo vuelve a apelar a ese bajo recurso con el mezquino fin de mantenerse en el poder. Como lo hiciera hace medio siglo el viejo peronismo, el nuevo peronismo se presenta discursivamente ante la sociedad como "nosotros, el pueblo". Enfrente, están "las corporaciones": los militares, la iglesia, el campo, la industria, los medios de comunicación (“Clarín, con la democracia no se jode”), una parte del sindicalismo, y hasta la Corte Suprema. Antaño, la palabra que definía al enemigo era "oligarquía" (el campo).
Y no hay lugar para "tibios" o posiciones racionales o equidistantes. El que no está con "nosotros" (con el pueblo) es un "traidor" (a nosotros: al pueblo). Es la vuelta del clivaje político: la peor herencia K.


Democracia, con “d” de disenso y diferencia
Creo, para terminar, que los cambios duraderos en un país se hacen por consenso, no por imposición; y con la ley en la mano. Néstor Kirchner fue el presidente que desarticuló la “mayoría automática” en la Corte Suprema e instaló allí juristas de fuste, que realzaron el valor de ese poder de la República; fue, también, el presidente que realzó el propio valor del Poder Ejecutivo Nacional, al principio de su gestión. Como contrapartida, relegó a un lugar de mera "escribanía" al Congreso de la Nación, función que solo se revirtió en 2009 cuando el kirchnerismo perdió "por poquito" la mayoría legislativa en las urnas. Hoy vuelve a serlo. Hace semanas nomás el jefe de bancada kirchnerista lo dejó bien claro, por si hacía falta: “Nosotros no somos librepensadores”, bramó Agustín Rossi. No lo dijo, pero reverberaba en el recinto: “somos los soldados de Cristina”.
A dos años de su muerte, Néstor Kirchner es todavía hoy el que provoca el orgullo nacional para algunos, y la gran tristeza ante lo irreparable de la partida del líder político. Pero también las burlas, o la alegría apenas disimulada o impúdicamente expresada. El fanatismo, en fin. La violencia verbal y gestual. Como aquel nefasto "viva el cáncer", luego de la muerte de Evita.
Es, en síntesis, la vuelta del viejo clivaje político. Es lo que habrá que desactivar. Ésa es la tarea de la dirigencia política actual. Porque, al revés de lo que sentenció José Hernández en el Martín Fierro, la polarización social no es para bien de ninguno, sino para mal de todos. Pues el otro no es el "enemigo" (Schmitt mal entendido) a "vencer".
El clivaje político -la fractura social, el odio entre argentinos- olvida lo que nos une. Porque no hay unión posible con el “enemigo”, con el “antipueblo” (la justificación, el contenido concreto que le da el kirchnerismo al significante “enemigo”), con el que quiere volver a la "dictadura". Al “enemigo”, a ese que -como dice el filósofo político alemán Carl Schimtt- interpela con su estar ahí la esencia de mi propia existencia, sólo cabe eliminarlo (curioso: porque el principal filósofo kirchnerista es Ernesto Laclau, quizá el más sólido pensador político antiesencialista de la actualidad). Aun en una discusión de café. Eliminación simbólica del otro. Incluso, si el que está enfrente de la mesa es nuestro mejor amigo.
Los argentinos tenemos que reaprender que en democracia ni siquiera hay un "Otro" (ese Gran Otro lacaniano): hay, simplemente, "otros". Los diferentes. Los que, con todo derecho, piensan y sienten distinto.
¿Seremos capaces de aprender, de una vez por todas, a (con)vivir en la diferencia? Ojalá...

Aquí y aquí pueden ver los post publicados originalmente en 2010.