18/11/10

Camcording: una rara forma de piratear películas (*)

SOMBRAS NADA MÁS INVADEN LA PANTALLA

Hay una manera de vivir la misma experiencia del cine pero en casa: gente que comenta sobre la película, el que se levanta para ir al baño o el vecino cabezón del frente que lo tapa todo. Ello gracias a una nueva forma de piratería. Esta nota cuenta cómo se logran las primeras copias de los estrenos cinematográficos que circulan en el mercado ilegal de DVDs.

Los amantes del cine que el último 3 de mayo vieron el estreno mundial de Spider Man III en el complejo Hoyts de Temperley fueron testigos de un curioso hecho. Curioso, al menos, para los desprevenidos. Al apagarse las luces, dos jóvenes desplegaron un trípode sobre el que asentaron una video cámara y comenzaron a “filmar” la película. Los “camcorders” -es decir, quienes piratean un estreno desde la proyección en una sala de cine- no son muy frecuentes en la Argentina pero, como las brujas, que los hay, los hay. Y cada tanto aparecen. Sobre todo en los megaestrenos mundiales. Una riesgosa forma de piratería que difícilmente podría realizarse sin algún tipo de aval previo. Los Simpsons, Harry Potter, Los 4 fantásticos, o Duro de matar 4 son otras conocidas víctimas del “camcording”. Y la lista sigue. Incluso para películas argentinas, como Incorregibles, de julio de este año.
El operador del Hoyts de Temperley vio a los dos jóvenes y avisó al dueño. Poco después, tras constatar que habían filmado 30 minutos del estreno, la policía de la comisaría tercera de Lomas de Zamora los detuvo por infringir la Ley de Propiedad Intelectual (11.723), un delito que prevé hasta seis años de prisión.
Pero ¿por qué pagar para ver en un DVD un film mal grabado, en el que se ven las cabezas del público presente en la sala, se escucha mal o se percibe el temblor de la cámara en mano? La razón principal -combinada con una dosis de ansiedad- es económica: no siempre se tienen los cerca de 100 pesos necesarios para pagar una salida familiar al cine con refrigerio incluido. Es entonces cuando la opción de ver una película de tan mala calidad en un DVD se vuelve considerable.

Negocio salado
En el gremio de las películas piratas todo sale de La Salada, todo se distribuye desde ahí”, informa Tony Panero, que es propietario de un DVD club en Ciudad Evita y conoce el paño.
Rodrigo, dueño de los tres puestos callejeros de venta de DVD que hay en la estación de trenes de Temperley, compra las películas en La Salada, el emporio de lo trucho, en Lomas de Zamora. “Yo trabajo con copias de buena calidad. Pero con los grandes estrenos vendo lo que consigo, porque la gente los quiere ver cuanto antes”, explica.

En ese lugar, se estrenan cuatro o cinco películas por semana. Y pueden llegar a pagar 2000 pesos por el “master” -la primera copia pirata- de un estreno filmado en el cine. Para duplicarlo, mandan a imprimir las láminas de los DVD con antelación. “Lo están esperando. Y no les importa comprarlo a 2000 pesos, si ya tienen vendidas veinte mil copias”, revela Jorge, encargado de un local de distribución de música y películas truchas, que está a una cuadra de la estación de Temperley.

Para que un film pirata salga al mercado bien grabado hay que esperar entre 15 y 20 días. “Entonces la copia filmada en el cine muere, pero en esos 20 días hizo la diferencia”, detalla Gustavo Álvarez, vocero de la Unión Argentina de Videoeditores (UAV) (ver recuadro).
“El que se dedica a eso no comercia películas, labura sólo con el master: Lo vende en La Salada, en la feria de Solano y en la de Villa Domínico. A 2000 pesos en cada lugar, se hace 6000. O más. ¡Por una sola peli!”, expresa Jorge con envidia. El camcording es un negocio redituable. Aunque es difícil conocer la identidad de un camcorder, según Jorge, debido a lo riesgoso de su faena.

Además, la UAV maneja otra hipótesis: “Esto se hace en complicidad con el operador de cine; si no, no existe manera de que alguien esté filmando 120 minutos”, conjetura Álvarez.

Esa misma suspicacia le genera a Jorge la camcopia de Incorregibles, la película protagonizada por Guillermo Francella y Dady Brieva. “Es obvio que ahí hubo arreglo. Por lo menos, con el operador del cine”, arriesga. “No se ven cabezas, es una película de humor y no se ríe nadie... Parece como si en la sala sólo estuviera el que filma”, especula el distribuidor.

Mientras describe toda la movida, entran al local un par de personas con bolsos de mano, saludando estruendosamente. "Qué hacés, loco, ¿te queda algo de Shakira?". Son los vendedores ambulantes de películas y discos en mp3 que vienen a abastecerse para retomar su trajín diario en el tren (el Roca).

Luego de despachar a sus clientes, Jorge desnuda también otra pata de los arreglos: la policía. Hace dos meses que él está en su actual puesto. “Todos saben que laburamos acá vendiendo copias. Si no vienen de la comisaría de Temperley, vienen de la tercera de Lomas. Te aprietan de todos lados”, confiesa.

Spider Man III
Pelo rapado y ojos claros, Nicolás F. (28) vive en Rafael Calzada -Almirante Brown- en la casa de su madre, junto con su esposa y su hijo de dos años. Baja muchas películas de Internet. Le encanta el animé -los dibujos animados japoneses-, que descarga del “Asian DVD Club”, un sitio web. Hace dos años que no trabaja. “Bah, tengo mi currito arreglando PC. En una época también acompañaba a un tipo que filmaba eventos”, recuerda.
“¿Vos pensás que sos el primero que agarramos haciendo esto? ¿Para quién trabajás? Decimeló y la hacemos corta”, cuenta Nicolás que le espetó el oficial de la comisaría tercera de Lomas de Zamora, luego de detenerlo por filmar Spider Man III.
Pero ya en la seccional, según Nicolás, el mismo agente, con más confianza, le aconsejó: “Vos te manejaste mal, gordo. Cuando querés grabar películas, venís y hablás conmigo y yo le digo a los miliquitos (SIC) que se hagan los ciegos”. El detenido escuchaba en silencio. “Decime, ¿no querés vender películas? Nosotros trabajamos con tres puestitos en la estación de Temperley”, tanteó el policía, relató Nicolás.
“Yo no vendo videos", se justificó entonces. "Solo fui a grabar la película para verla el fin de semana con mis amigos, porque uno de ellos no puede leer los subtitulados desde que murió el papá. Por eso estaba grabando la versión doblada al castellano”. Pero, al parecer, esa no era la respuesta esperada. Y “por eso la causa”, dice hoy Nicolás desde su casa.
“Aquí se hacen los procedimientos que se tienen que hacer, y dentro de la ley”, declaran desde la tercera de Lomas.
Nicolás F. es, hasta hoy, el único procesado en el país por haber intentado filmar una película en el cine. Y precisamente en el distrito donde está La Salada, Lomas de Zamora, en el que las copias truchas -de lo que sea- están a la vuelta de la esquina.

RECUADRO
Piratas bien organizados
La piratería de películas mueve en Argentina alrededor de 350 millones de pesos al año, según la Unión Argentina de Videoeditores (UAV). Sin embargo, no hay estadísticas sobre la modalidad del camcording. “Es difícil saber cuánto dinero mueven, porque son organizaciones que están muy bien diseñadas”, comenta el vocero de la UAV, Gustavo Álvarez. Esta entidad representa en el país a la Motion Picture Association (MPA), unión de los seis mayores estudios cinematográficos de Estados Unidos, que desde 2005 impulsa un programa mundial de lucha contra las copias ilegales de films. Ese mismo año, por ejemplo, Canadá tipificó el camcording como delito. Según la MPA, alrededor del 40 por ciento de la piratería de films que se vende en todo el mundo proviene del camcording.

(*) Nota escrita a fines del año 2007.

17/11/10

Operación subsidios en la Ciudad de Buenos Aires

María Elena Gauna, en tapa de Clarín del último 16 de setiembre. La nota no lo dice, pero la suya es una de las tantas familias subsidiadas por el tándem Ibarra-Telerman en 2005 en Rodrigo Bueno, la villa que está al lado de la Reserva Ecológica.
La de Gauna es una de las familias que investigué en mi tesis de maestría sobre la política habitacional porteña.

Hace 5 años que vivía alternando entre ese puente debajo de la autopista 25 de Mayo y los alrededores del bingo del municipio de Lanús. Una vez más, como digo siempre, la gestión "PRO" no empezó en 2007 sino muchos años antes en la Ciudad...


Para leer más sobre la problemática habitacional en la Ciudad pueden leer mi post "
Iba a estar bueno Buenos Aires".

La llamada, precariedad laboral en los call centers

En 2007 había elegido la problemática de la precariedad laboral en los call centers como tema de investigación para mi tesis de maestría. Los protagonistas principales iban a ser las dos partes de la relación de empleo: empresas y trabajadores. Y por supuesto: los sindicatos y el Estado. Trabajo, rutinas, ganancia empresaria, asociacionses, falta de legislación, proyectos de ley en danza. Aunque también incluiría algo sobre el maltrato a los usuarios por parte de las empresas, encarnado obviamente en los operadores telefónicos.
Finalmente, me decidí por otra cuestión, en función del impacto, de la relevancia de las fuentes, de lo poco conocido del tema y demás.
No obstante, luego del acopio de material sobre los call, llegué a escribir algunos fragmentos. Incluso, como verán, hasta había diseñado la portada de la investigación.
Aquí comparto con ustedes el comienzo del capítulo II.


Capítulo II: La vincha o la vida


MANUELA EXPÓSITO HABÍA empezado mal ese día.
Diez minutos antes de las nueve de la mañana ya estaba encendiendo la PC de su box de trabajo cuando, de pronto, vio la cabeza de Ernesto, su supervisor, aparecer detrás de ella:
-No, no, Manu, pará, te vamos a cambiar. Ya no vas a trabajar en este team.
Justo cuando empezaba a conocer a sus compañeros, después de tres meses de compartir rutina, angustias y sobresaltos con las mismas caras, la movían. Pero, pese a sus 21 años de edad y a su cara todavía adolescente, hace tiempo que lo que sucedía en LECRYSON, el centro de llamadas donde pasa seis horas de sus días, de domingo a viernes, ya no la sorprendía.
Se sacó la “vincha”, entre resignada y apurada para llegar a su nuevo box, prender la PC y “loguearse” -que en la jerga de los call centers significa abrir los cuatro programas de trabajo- para empezar a atender las consultas o reclamos de los clientes de Personal a las nueve en punto, y así evitar las “reconvenciones” de los supervisores. La “vincha” es el auricular con el micrófono que todos los operadores se cuelgan de un oído para escuchar y responder las llamadas.
Lo único que Manuela esperaba mientras recorría con su supervisor la sala repleta de boxes de tres paneles de un metro cuadrado que sólo dejaban ver las espaldas de sus compañeros de trabajo, a quienes mayormente no conocía, fue: “ojalá que me toque una vincha reversible”...
Las tres veces anteriores que la habían movido de box, en los siete meses que llevaba trabajando en LECRYSON, había tenido la “mala suerte” de encontrar siempre vinchas para el oído izquierdo. La última vez pidió que se la cambiaran por una reversible porque a veces no escuchaba bien a los clientes. Y, aunque había recibido un “sí, Manu, no te preocupes, este mes está viniendo una partida de vinchas más nuevas”, supo que no tenía que insistir.
Los enchufes de la PC y los plug de los auriculares están siempre en el lado izquierdo del box. Y los cables no son tan largos como para cambiarlos al oído derecho.
Hace unas semanas, preocupada por su salud, Manuela fue al otorrino para hacerse una audiometría. “Hipoacusia de conducción en el oído izquierdo”, según el audiograma. “Esta línea representa a la vía aérea, que se separa de la vía ósea, ¿ves?”, recordaba que le había intentado explicar el médico: “La vía ósea está en los valores normales, pero la aérea cayó por debajo de los 24 decibelios, que es tu nivel de hipoacucia”. No había vuelta que darle: estaba perdiendo audición en su oído izquierdo.
Manuela vive sola en Vicente López y, salvo el sábado -su día de franco-, el resto de la semana viaja hasta Maipú 942, en el microcentro, para ganarse los 600 pesos del básico -por una cosa o por otra, nunca puede llegar a los premios- para pagarse sus estudios de Sociología.
Sus compañeros de la mañana, salvo alguno que otro, también son jóvenes universitarios como ella. Y, como ella, también tienen problemas con sus vinchas; y con la constante rotación de puestos y horarios (el  mobbing); y con los sueldos, que nunca pasan del básico; y con los clientes que llaman para putearlos; y con los supervisores que escuchan todo el tiempo las llamadas para medir la “calidad” de atención a usuarios de telefonía celular enardecidos por el servicio indolente de las propias empresas; y...
Sin embargo, nunca se juntaron a la salida a compartir lo que les pasa. Tampoco pueden levantarse de sus sillas para hablar con otro. En ningún momento. Ni desde la PC  del box, porque los supervisores también “supervisan” si abren el messenger, o los mensajes que salen y entran de sus casillas de correo.
El box que le tocó esta vez a Manuela estaba pegado a la elevada tarima donde trabajan los seis supervisores, quienes, desde lo alto, pueden ver a los 300 boxes de los 300 operadores que reciben llamadas una tras otra, sin cesar. Una tras otra. Una tras otra. Una tras otra... Casi 100 llamadas por día recibe Manuela.
Ese día la esperaban dos horas, como mínimo, de llamadas y llamadas, hasta que le dieran los 15 minutos de break. Aunque, en realidad, antes de que se cumplan los 15 minutos ya está volviendo para loguearse nuevamente y no pasarse de tiempo, porque si no viene, otra vez, la “reconvención” del supervisor. Por eso Manuela odia estar indispuesta los días de trabajo, pues sólo la dejan ir al baño en los 15 minutos del break.
“Tres minutos”, expelió el cerebro de Manuela, como autómata, al llegar al nuevo box. Tres minutos es el tiempo máximo de atención a un cliente, según le enseñaron en las dos semanas que tuvo de capacitación. Pasado ese lapso, viene la “reconvención” de supervisor de turno: “Qué pasó, Manu? Vos eras una chica agil, despierta... ¿Te pasa algo? Decime si te puedo ayudar... Dale, Manu, fuerza, vos podés... Igual ahora voy a tener que pasar el informe. Ponéte las pilas, dale”.
Manuela se apuró a loguearse en su nuevo box porque ya eran las 8:53. No vaya a ser cosa que todavía se pasara de las nueve en punto...
Sólo se acordó de la vincha cuando se la calzó mecánicamente en el oído. En el izquierdo. Entonces se la sacó y la miró: no era reversible.

Ese día, ya en la segunda llamada -es decir a los cinco mintuos de haber comenzado su jornada laboral-, Manuela empezó a sentir un dolorcito en la garganta (...)

El Galpón (*)

A metros de Lacroze y Corrientes, El Galpón es un proyecto comunal de abastecimiento de productos orgánicos que reúne a emprendedores agrícolas detrás de las ideas de “consumo responsable”, “comercio justo” y “producción autogestiva”. Curioso ejemplo de emprendedores que dicen ser exitosos combatiendo los valores de la economía de mercado.



El ambiente va volviéndose más natural a medida que se acortan los 100 metros de empedrado que separan a la calle Federico Lacroze, casi Corrientes, de ese gran galpón amarillo. Y, por raro que parezca en plena Ciudad de Buenos Aires, a cada nuevo paso el canto de los pájaros se va imponiendo sobre los bocinazos de los colectivos y reviste de música a un fondo verde de árboles, alambrados y olor a tierra y pasto.
Allí, como escondido y alejado del trajín cotidiano, desconocedor de las preocupaciones del INDEC por enfriar los precios de verduras y hortalizas, se erige El Galpón, un proyecto comunal de abastecimiento de productos orgánicos que reúne a emprendedores agrícolas detrás de las ideas de “consumo responsable”, “comercio justo” y “producción autogestiva”.
“Lo que buscamos es fomentar un nuevo estilo de producir y consumir, no solo comprar productos naturales por sí mismos. Queremos interactuar con el consumidor. Y, por supuesto, ser sustentables”, dice Carlos Pelloli, sociólogo y miembro de la Comisión Operativa de Administración del proyecto.
El Galpón lleva casi un año y medio en marcha y, pese a no vender productos baratos, es un éxito. “Nuestra propuesta no incorpora a los sectores indigentes. Somos francos”, reconoce Pelloli. “Hay un pequeño circuito permanente de gente que viene siempre. Y así estamos bien, porque la generación de escala es un problema: si la gente crece no damos abasto, el cliente no encuentra lo que busca y termina yéndose disconforme”, evalúa Pelloli.
“Sí, hubo momentos en los que tuvimos publicidad pero hoy funcionamos mejor con el boca en boca”, confirma la licenciada en Relaciones de Trabajo Norma Espindola, también coordinadora del Galpón. “La gente viene porque este tipo de propuestas no es muy frecuente”, opina.
Emmanuel Ros Ruiz es francés pero vive en Almagro. Hace pocos meses que está en el país, por trabajo, y se enteró del Galpón por un amigo. “Vine el sábado pasado y esta es la segunda vez. Me encanta hablar con las personas aquí”, dice, mientras se toma una cerveza casera tirada por Pablo, quien le cuenta cómo ideó el sistema para mantener su producción cervecera y servirla.
Martha Roncoroni y su nieta de ocho años, Ximena, están comiendo unos alfajores de maicena que vende la cooperativa La Asamblearia, sentadas en unos asientos de tren que hay entre dos puestos. Es que el Galpón tiene lugar al lado de la estación de trenes Federico Lacroze, en Chacarita. Ese galpón era justamente donde se reacondicionaban los vagones antes de las privatizaciones. “Vivo cerca de acá. Cuando mi nieta me viene a ver siempre nos damos una vuelta a degustar alguna ricura”, cuenta sin abandonar el alfajor.
Pero no sólo vienen vecinos del barrio. “El 40 por ciento de la gente que visita El Galpón es del conurbano. Quizá vengan a buscar algún aire de campo, para sentirse bien, y no solo para comprar”, especula Espindola.
Es que el tiempo también se ralenta aquí en el Galpón.
Eso se ve en la dedicación con que los productores arman sus puestos. Cada uno de ellos reúne a varias familias o cooperativas de granjeros o artesanos.
“Ningún cliente llega, compra y se va. Por lo general se quedan recorriendo el lugar, charlando con la gente, o comiendo algo sentados”, relata Ignacio Ferreira, quien, vestido con bombacha de gaucho y alpargatas, atiende el puesto de Grafer, una granja orgánica de Cañuelas, donde se pueden conseguir, entre otras cosas, matambre de conejo a 13 pesos el kilo o “codornices escabechadas” a 20 por kilogramo.
Alicia Vives y Marina Junco, ambas de delantal a cuadros rojos y blancos, ofrecen hacer degustaciones de quesos, dulces, aceites y licores caseros a quienes pasan por el puesto de la Cooperativa La Asamblearia, que agrupa a varios emprendedores autónomos como La Rosario, las mieles de Don Agustín, de Chivilcoy, o de empresas recuperadas como El Aguante, Grissinopoli y la Cooperativa Malvinas, y hasta pequeñas editoriales que publican cosas sobre economía solidaria o ecología, como Tinta Limón o Baobab.
“La gente que prueba, algo nos compra. Seguro. Y después nos ponemos a hablar sobre quiénes los producen y cómo. Esa es la idea también que tenemos los productores agrupados aquí: no sólo vender sino difundir a través de productos artesanales y naturales, sin agrotóxicos, una cultura de cooperativismo y de formas comunitarias de organización como superiores a las del sistema económico predominante”, comenta Alicia.
Rara paradoja la de estos 60 productores de distintas regiones de la provincia de Buenos Aires, de Santa Fe, de San Juan y de Mendoza: ser exitosos económicamente combatiendo los valores de la economía de mercado con ideas como el “comercio justo”, que enfatiza en el acuerdo de precios entre productor y consumidor.
El Galpón abre sus puertas todos los miércoles y sábados de 10 a 15 (aunque los productores sólo vienen los sábados). Y es impulsado por la Mutual Sentimiento, una asociación sin fines de lucro ubicada en Lacroze al 4200 -en un edificio que le cedió el ONABE-, fundada en 1998 por un grupo de ex-detenidos y exiliados políticos de la última dictadura, que además tiene actualmente en funcionamiento una farmacia mutual, un nodo de club de trueque, una radio y, por un convenio con la Ciudad, una “juegoteca” para chicos.
(*) Nota escrita en 2007.

16/11/10

Leer y jugar es cosa seria en La Nube (*)

La biblioteca La Nube es la más grande en América Latina dedicada a los niños. Está en Chacarita y también tiene un museo de juguetes. Una experiencia distinta, un espacio donde jugar y aprender son sinónimos.

Sentado en una diminuta silla azul, frente a una mesita de 40 centímetros de altura, Nacho hojea el cuento número 12 de las andanzas del ratoncito Gerónimo Stilton. “El otro día me compré el libro 11, El fantasma del subterráneo”, cuenta, y recita de memoria los 13 títulos de la colección. Nacho tiene siete años, lee desde los cuatro, y hace dos que es socio de la biblioteca La Nube. Allí recorre las altas estanterías repletas de libros de todos los colores y tamaños, y elige los que le leerá en esa misma mesita a Carla, su mamá, y también los que se llevará a su casa, en Belgrano. “Por lo menos tres veces al mes solemos venir. En general, los sábados”, dice Carla desde otra sillita azul.
“Cuando vine por primera vez me asombró que hubiera tantos juguetes y libros divertidos. Me gusta que me dejen hacer algo por mi cuenta”, expresa Nacho. “Hay como un contraste entre lo muy estructurado de la escuela y la libertad de recorrer las estanterías y de elegir los libros que hay acá. La escuela, en cambio, tiene una biblioteca pequeña y un programa fijo de textos”, dice Carla, que es docente.
Al lado de Nacho y su madre, Juan Santarcángelo (34) olvida por un rato su profesión de economista y espera a su hija Violeta, de dos años y medio, recostado en el suelo sobre un almohadón naranja y azul. Ella viene corriendo, lo abraza, se le sienta en el regazo y empieza a abrir en silencio un libro que retiró del estante dedicado a los cuentos infantiles desplegables. “Violeta es socia de La Nube desde que tiene un año. Si no la traigo yo, le pide a la madre. Y dos horitas siempre se queda”, dice el padre. Ellos vienen de Almagro. “Un amigo nos recomendó la biblioteca y nos encantó”, recuerda.
La Nube estuvo ubicada 30 años en la calle Venezuela. Hasta que hace poco la Ciudad le cedió la planta baja y el primer piso (actualmente en reparación) de un viejo depósito en Jorge Newbery 3537, en Chacarita. Tiene una colección de 70 mil volúmenes, de los cuales 25 mil están de dedicados a los niños, y 3 mil de ellos son de lectura escolar. También tiene videos, música para chicos, documentos, y juguetes antiguos. “Esta biblioteca intenta hacer una historia de la cultura de la infancia, y es la única en el país que busca preservar la producción de libros para niños realizados en Argentina desde 1880 hasta la actualidad”, se enorgullece Pablo Medina, director de La Nube.
Medina tiene 70 años y se especializa en la práctica de la lectura desde hace más de tres décadas. Fue asesor de Educación en la Ciudad en épocas de Daniel Filmus. “Lector no se nace, se hace. La lectura no es algo natural, hay que construirla”, define. “Nosotros creemos que a la biblioteca tienen que venir los papás con el nene, sentarse, tirarse panza al aire y compartir el libro. En soledad no hay lectura cuando se trata de niños. Y hay que tener mucha paciencia”, aconseja Medina.
Nina tiene tres años y desde fines de 2006 es socia de La Nube. “Por ahí no lee todo lo que uno desearía. Pero yo aprendí a calmar mi ansiedad y a entender que ella lee a su manera y que lo que más le gusta de acá es ver a otros pibes y jugar con ellos”, se sincera Sergio Breski (43), titiritero y papá de Nina. “Aunque de a poquito fue empezando a jugar con los libros. Para ella ya es un ritual venir a la biblioteca. Ahora eso sí: cuando tiene hambre nos rajamos”, bromea Breski.
El “ritual” del que habla este padre es El Club del Libro, que tiene lugar en La Nube todos los martes y jueves de 16 a 19, y los sábados de 10 a 13. Laura Migliarino, coordinadora del Club, sostiene que “el libro es una excusa para trabajar la socialización del niño, en interacción con sus pares y con su familia”. Por eso, la relación principal es la de padre-hijo, mediatizada por el libro.
El Club está pensado para niños de tres años en adelante. “La idea es que, desde muy chiquitos, los niños puedan hacer uso de este espacio, apropiarse del lugar y que puedan ir trabajando la palabra, el relato, y que logren empezar a contar su propia historia”, explica Migliarino.
Los chicos pueden ir buceando y tocando los libros, que están al alcance de sus manos: para que ellos elijan los que tengan ganas de leer. “Hace dos semanas nomás que vengo con mi hijo a la biblioteca pero ni bien llega él ya sabe a dónde tiene que ir, en qué sector están los libros que le interesan”, cuenta Pablo Álvarez (32), médico y padre de Matías, de tres años.
Los libros están separados no por edades sino por niveles de comprensión de lectura, porque hay textos para nenes de 5 que perfectamente pueden ser leídos por un chico de ocho. “Eso depende del recorrido de cada uno. Hay chicos de 14 que no son lectores y a ellos no le podés dar Julio Verne para leer: tenés que bajar un poco”, dice la coordinadora.
En la mesa de Matías se hace un breve silencio: una calma que pronostica el estallido. “El del zoológico, pa, quiero el del zoológico”, y hace pucheros. “El del zoológico se lo llevó otro nene, Matu, otro día lo va a traer”, le responde el padre, transmitiéndole serenidad. “Bueno, el de las cebras, entonces”, acepta el nene.
La Nube tiene una página web donde informa sobre sus actividades y sus visitas temáticas guiadas (cuatro para chicos y una para adultos, también sobre literatura infantil); posee un departamento de comunicación pero, en realidad, es más conocida por el boca a boca. “En general viene gente de clase media y media alta”, observa Migliarino. Tanto del barrio, de Belgrano, de Colegiales, de Almagro, como alguno de San Cristóbal o Congreso.
El año pasaron concurrieron a las visitas guiadas de la biblioteca, que son temáticas, unos 15 mil chicos, en grupos o cursos escolares, cuenta Medina, mientras se pasea por la biblioteca, esquivando libros y niños. “Pero los chicos no van espontáneamente a la biblioteca. Eso no existe en ningún lado. El habito de la biblioteca hay que conformarlo en la escuela para que después el chico continúe”.
Medina no es un improvisado. Tiene una visión amplia y crítica del sistema educativo en general, y del inicial en particular. “La educación se equivoca porque cree que debe construir sobre alguna base y no: los niños no tienen atrás, no hay nada. Él mira a su entorno primero: el papá y la mamá. La escuela no forma una sociedad hoy. Primero porque ya no existe el maestro militante, que ama la escuela. ‘Tiza, pizarrón y barro’. Hoy el maestro toma la escuela porque no tiene otra cosa. Y encima no gana bien, no hay incentivos. Esta sociedad no ve a los niños como futuros científicos, políticos, filósofos, médicos, jueces”.
Por razones obvias de trabajo, el sábado es el día de más concurrencia, cuando, en promedio, asisten a la biblioteca alrededor de 20 padres con sus hijos. Para ir al Club del Libro no es necesario ser socio. Simplemente hay que estar dispuestos a pasar un rato de compañía, de lectura y hasta de silencio junto a los chicos.
(*) Nota escrita en 2007.

15/11/10

Instituciones, políticos, participación y marketing


Escuchar a la sociedad civil”. Una interesante y amplia nota de La Nación del sábado.

Tengo opiniones encontradas con respecto de esta cuestión de la "participación ciudadana". Creo fervientemente en ella, en que la gente se involucre, en la praxis. Y no dejo de alentarlo, incluso como forma de control. De hecho, escribo sobre ello de manera recurrente (*). Pero, también, sé que el control, o el cambio social o político, se vehiculizan por las instituciones.

En distintas oportunidades, durante los meses posteriores a la crisis de 2001 y mucho tiempo después, he visto en los Centros de Gestión y Participación Comunal (CGPC) de la Ciudad de Buenos Aires gente reunida y con ganas de participar, manijeados por los propios directores políticos del CGPC. Yo participé (de varias formas) de muchas reuniones. He visto boicoteos del poder a la misma "participación" que decían fomentar (un ejemplo puede verse mi post “Política y participación: ¿qué fue el ‘que se vayan todos’?”).

Hay políticos -que mejor no nombrar, para no hacer de esto una cuestión partidaria- que se atribuyen los honores por logros producto de luchas de la gente, vecinos, ONGs u OSC, instituciones, etc. etc. Se ve en la Ciudad, por ejemplo, con la cuestión de las Comunas. ¿Acaso es falso que muchas organizaciones sociales que militan por ellas están disconformes tanto con el actual jefe de Gobierno, Mauricio Macri, como con las gestiones anteriores?

Pero claro, si se lo señalás al político, se ataca, cuando la figura pública-política, antes que mostrarse "sensible", debería estar abierto a la discusión.

De participación, nada. De boicoteo: mucho. Como digo siempe: la gestión PRO empezó mucho antes de Macri. ¡Obvio que si la sociedad reclama "participación" lo mínimo que el político va a hacer es levantar un CGPC! Pero después…

La ley 1777 no es un logro sólo de los políticos ni, menos, de “un” político.

Además, recordemos que el margen de "autonomía" de la descentralización porteña en lo que es Presupuesto Participativo se limita a un magro 5%. Traducción: la autonomía sirve para podar árboles y pintar calles. Y ni eso instrumentaron. Hace años que están en mora. Aunque no es igual en todos lados, en otros municipios pasa lo mismo.

Más generalmente, yo no adscribo a una visión "instrumental" del Estado (la “clase” que lo ocupa, gobierna para sí), como muchos. Pero hablar de "aciertos del poder", con todos los condicionantes siempre presentes... Terminemos con la cultura de la "dádiva" del político. Es al revés: cuando se conquista algo, se reconoce una lucha previa, una presión de las bases.

Igualmente, con la simple "participación" no se arreglan las cosas. Hace falta compromiso institucional. La clave está no sólo en el compromiso institucional sino también en instituciones que funcionen. Porque, si no, son solo cáscara para vanagloria de políticos marketineros. El progresismo sabe de eso. Porque el progresismo político argentino tiene mucho marketing. Acá, en algunos municipios del Conurbano bonaerense, en grandes ciudades del interior como Rosario, etc.. Se ha hecho mucho, es cierto. Pero en muchos aspectos, cuando se escarba un poquín.... queda eso: el marketing. A no tragarseló.


(*) Véanse, por caso:

"Inocencia perdida" (pág. 35 a 43) en el boletín N° 23 de la Academia Nacional de Periodismo.

"Gobierno electrónico"... (pág. 281 a 359) en el sitio web de la Secretaría de Gestión Pública de la Jefatura de Gabinete de Ministros de la Nación.

"Lo que dejó el 1er 'hackathon' de datos públicos y gobierno abierto", en la revista virtual RedUSERS.

¿Después del “matrimonio igualitario” vendrá el “patrimonio igualitario”?

Un poco de historia de la economía.

Las riquezas de los ricos y poderosos capitalistas, como regla, se hicieron del robo, el saqueo individual y comunitario. Hablo de los “ricos” que influyen en la política; no de Mick Jagger. Es la famosa "acumulación originaria". Llegando claro hasta el asesinato, y (el negocio de) la guerra, etc. Y por supuesto, detrás de todo esto están las leyes amañanadas para darle marco legítimo al patrimonio desigualitario. Así empezó el capitalismo.

Léase La gran transformación de Karl Polanyi, por caso. O a Rousseau.

En la Argentina de los Kirchner, ¿después del “matrimonio igualitario” vendrá el “patrimonio igualitario”? Ésta es una lucha, también. No existe sólo la lucha gay, o la lucha contra el campo, o contra los medios. De hecho, creo que ésta es "la" lucha para la mayoría de la población.

Y terminemos con la cultura de la "dádiva" del político. Es al revés: cuando se conquista algo, se reconoce una lucha previa, una presión de las bases.

Post para desarrollar.

El vendedor de placer

Dudosa y apócrifa incursión en un local de venta de juguetes eróticos y adminículos por el estilo.

Miguel trabaja en un sex shop de la avenida Corrientes, aunque siempre soñó con ser abogado; es calvo, barbudo y usa gafas pequeñas: una copia fiel del actor porno de los años 70.

Como si de remeras se tratara, el vendedor atiende con gentileza a curiosos y expertos. “¿Estás buscando algo en especial? ¿Lesbianas? Okey, subí las escaleras, sobre tu izquierda”.

-¿Te piden cosas muy raras?

-Qué sé yo. Después de trabajar siete años en esto, cualquier cosa es normal.

-¿Y qué es normal?

-Penes de látex de todos los tamaños y colores, prótesis, cueros, películas con enanos y gordas, sadomasoquismo...

-¿Vienen más los hombres o las mujeres?

-Mirá, este negocio está hecho más para hombres que para mujeres, pero te sorprenderías al ver la cantidad de minas que preguntan.

-¿Qué sensación tuviste cuando entró una mujer por primera vez?

-(Risas) Y... me, me... Tenía curiosidad por saber qué iba a comprar. Porque además era linda. Me acuerdo que los clientes que revisaban las bateas se dieron vuelta para mirarla.

-¿Nunca salieron dos clientes juntos del negocio?

-Puff. Muchas veces. Yo no sé si iniciarán una relación o sólo es para joder un rato. Pero muchas veces, sí. Después de todo vienen a buscar sexo, y se encuentran con gente que viene a buscar lo mismo.

Se acerca un hombre de traje, encorvado, cansado pero nervioso; deja su portafolio en el suelo y pregunta bajito: “¿Cuánto vale ésta?”. “¿PENTHOUSE ANUAL?”, dice el vendedor levantando la voz de tal manera que el hombre encorvado se estremece. “23 pesos, ¿la llevás?”. El consumidor asiente una vez: sube la cabeza, la baja y así se queda mientras paga rápidamente para irse, no sin antes guardar la revista en el fondo del portafolio.

-¿Vos consumís algo de lo que vendés?

-Y sí, flaco. ¿Vos no leés o ves porno? Los únicos que pueden llegar a decir que no consumen pornografía son los curas y las monjas. Pero hasta de ellos desconfiaría. Me gusta mucho el Marqués de Sade. Aunque no lo reduciría a algo "porno".

Responde en tono afable, pero la pregunta parece haberlo irritado. Su mirada severa se desliza por las bateas del comercio. “Esto es sexo, nada más. No es tan grave”, se defiende. Y agrega con pesadez: “los tipos que vienen acá no son delincuentes”.

Unos penes de látex del tamaño de un brazo cuelgan a espaldas de vendedor.

-¿Alguna mujer los compra?

-(Se da vuelta, arqueando las cejas, y mira el producto, similar a un bate de béisbol) Por lo general, las minas eligen los de tamaño estándar o chico. Los que lo compran son los hombres: son insaciables.

-¿Los clientes te piden consejos?

-Aunque te parezca mentira, yo sé mucho sobre impotencia. Bueno, no es que sea impotente sino que entiendo medicinalmente hablando las disfunciones de un hombre. ¿Entendés?

-Estudiaste medicina

-No, estudiar, estudié Derecho. Pero largué al segundo año, qué va ’cer.

Miguel comercia placer para otros. Entre consoladores y muñecas inflables, habla de los Redondos y del amor eterno que siente por Sofía, la mujer con quien vive desde hace ocho años. “A ella no le molesta que yo trabaje en esto”, señala despreocupado. “¿Cómo le puede molestar algo que nos da dinero para comer?”, enfatiza.

-¿Por qué no seguiste la carrera de Derecho?

Piensa por unos instantes y responde con aparente humor:

-Por aquel dicho popular: tira más un... ¿Lo puedo decir?

-Decílo.

-Tira más un pelo de concha que una yunta de libros, en este caso.

Los jóvenes y el Gordo Soriano

Otra nota vieja de un servidor. La releí y me gustó. Una reseña en clave de pseudo crítica literaria -poco exhaustiva- sobre el Gordo Soriano, con apología de "los jóvenes" y todo. La comparto con ustedes.

HOJA DE RUTA

¿La aventura persigue a los personajes de Soriano o estos persiguen desesperadamente una aventura, cualquiera -delirante, peligrosa, heroica-, que los aleje, en fin, de ellos mismos? No es casual, en esta fuga hacia adelante, hacia la consagración del futuro inmediato como forma de olvido de lo vivido, que los personajes estén signados por rutas: carreteras, barcos, vías, trenes. “Los trenes tienen que ver con el principio y con el final”, dice el Flaco en Triste, solitario y final. “También los barcos y la distancia. Uno siempre va a morir lejos de los mejores lugares. Por vergüenza tal vez”, completa el autor.

Un drama crucial se oculta tras los lavados rostros sorianescos, limpios de cualquier rasgo fisonómico que denote el estigma de la angustia, de la pesadez del alma. Los personajes no se pueden dar el lujo de permitir que cualquier gestos o signo de tristeza acceda a la carne, por miedo a sucumbir ante ella.

“Estoy cansado de tanta comedia”, dice el detective Phillip Marlowe en la novela citada. “No quiero ganar dinero en esta cloaca. Es inútil andar a los tiros . No hay nada que defender. Creo que nunca lo hubo”. Marlowe es el paradigma del aventurero sorianesco. Al revés del Quijote, está dispuesto a jugarse la vida por causas en las que no cree. Especie de nihilismo gobernado, dominado simplemente con el acto, voluntario o no, de postergarlo. Nuevamente aquí nos encontramos con la metáfora de la ruta, que es el corrimiento de la angustia hacia adelante. Lo delirante de la aventura opuesto a la angustia, que -como la nada- siempre asedia. Aventura es acción, en este caso acción como negación del pensamiento, de la conciencia.

Los que transitan esas rutas se empecinan en no mirar hacia el final, pues el rumbo de los caminos tiene punto de partida pero no un destino concreto. Además, en la ruta no es necesaria la identidad. Al abolir la identidad deja de existir, en cierta forma, el sufrimiento. Pero éste vuelve de la mano del recuerdo, de las ilusiones con que se llena el campo que bordea la ruta, el agua que rodea al barco: paisajes desolados, donde los solitarios personajes recuerdan sus amores perdidos, su juventud, sus...

La descripción es la indispensable. Pocos recursos necesita este escritor para transmitir. Lenguaje simple, directo. Los personajes no son profundos, en el sentido de que el autor no los desmenuza hurgando en sus aristas psicológicas. Sus sensaciones son escasas. Pese a eso, Soriano logra crear un clima de, por así decirlo, “sombras tapadas” -de almas sombrías sin tiempo para reflexionar sobre sí mismas-, que acompaña a los personajes. Este efecto lo consigue de un modo distinto: con la abundante, incesante acción en que se ven involucrados los personajes. Pocas sensaciones, mucha acción. Como en el cine mudo, como en una película de sus queridos Laurel y Hardy.

Amor, desdicha. Conciencia, acción. De esta manera Soriano rompe con las categorías opuestas, pues las abandona y vuelve a ellas. Las incluye elípticamente, sin mencionarlas. El sentimiento sombrío sobrevuela en una acción delirante. Así, por ejemplo, Soriano habla, por medio del Mister Peregrino Fernández, del “arquero sin manos”. Pero también, “de los goles que uno se pierde en la vida”.

Los personajes escapan de la rutina, de la monótona cotidianidad a la que nos sumergen las comodidades del fin del milenio. En este sentido, las novelas de Soriano no transcurren en el mundo urbano-tecnológico, que es como un fondo gris, ruidoso y caótico cuando se manifiesta. Frente a las locuras individuales y a las neurosis sociales aparecen los jóvenes (los hippies en Triste, solitario y final, los “chicos del Mercuri 47” en Una sombra ya pronto serás), siempre aislados de la sociedad, como huyendo. No escapando, sino diferenciándose del “mundo de los grandes” y sus mentiras, sus obligaciones absurdas. Los jóvenes se presentan en las novelas de Soriano como un bálsamo, la tranquila sensatez que otorga la distancia. Haber descubierto la farsa los conduce a dedicarse por entero al amor. Y así son vistos por los personajes centrales, desde afuera. Los jóvenes no tienen voz porque no actúan (en los dos sentidos de la palabra): los jóvenes son. Están allí, en un costado, en su mundo de paz, admirados por los personajes cuando se detienen a contemplarlos.

Se pueden hacer cientos de conjeturas y elaboraciones intelectuales de las obras de este fanático hincha de San Lorenzo. Mas éstas traicionarían en cierto modo a Soriano, para quien todo era posible pues poseía una imaginación desbordante capaz de crear universos propios, como los grandes escritores. Y el universo del Gordo era simple, grotesco y argentino a la vez

Prohibido fumar

Nota ciento por ciento autorreferencial. Corría el año 1996 cuando la escribí, como ejercicio para una materia de Periodismo.

Tendrían que pasar casi diez años más para que la Legislatura porteña aprobara una ley anti tabaco, la Ley 1.799, que entró en vigencia el 1 de octubre de 2006, y que establece la prohibición de fumar en los edificios públicos del gobierno porteño así como en ciertos lugares privados: bares, restaurantes, shoppings y cibercafés, entre otros.

Más allá del tono jocoso, antes se vivían este tipo de situaciones.


“EHH, ¡NO SE PUEDE FUMAR EN CLASE!”

Martín es un luchador. O un insufrible. Depende del lado del mostrador del que se lo mire. Tiene 21 años, estudia periodismo en la Universidad de Belgrano y desde hace cuatro años lleva adelante una cruzada contra aquellos que fuman en lugares cerrados.

Pelado, con el ceño fruncido, desde el fondo del aula levanta su mano con resolución para interrumpir al profesor en el momento en que este se dispone, “como si fuera lo más normal del mundo”, a encender un cigarrillo. “Disculpe, profesor, pero no se puede fumar en clase”, advierte mientras señala el pequeño cartel que lo avala.

Algunos profesores apagan el cigarrillo disimulando su mal humor, ofendidos por la insolente ocurrencia. Otros mienten, entre conciliadores y nerviosos: “es el último”, y continúan la clase con el beneplácito de los alumnos fumadores, que lanzan victoriosas bocanadas de humo al agitador.

“El profesor de Práctica Profesional de primer año, Miguel, fue el peor de todos”, comenta Martín en referencia a Miguel Wiñazki, hoy director de la carrera. “Cuando le dije que no se podía fumar, me contestó que si quería ser periodista me tenía que acostumbrar porque en las redacciones todos fuman”.

Sus compañeros ya se acostumbraron a la escena y hasta calculan con sorna el momento en que se producirá. Pero al principio no era bien vista ni por los no fumadores, quienes poco interés demuestran por el tema. “Un cigarrillo prendido, al rato son veinte bocas que lanzan una bruma blanca irrespirable”, razona el pendenciero.

En cierta ocasión, a pocos meses de haber comenzado a cursar el primer año y casi sin conocerse con sus compañeros, en pleno invierno, se levantó del asiento farfullando improperios. Sus ojos inyectados en sangre buscaron su campera, se la puso y sin miramientos abrió violentamente la ventana. Una corriente fría impulsó el humo que saturaba el ambiente al son de las bocinas que provenían de la calle. Un ejército de ojos apuntó hacia el blanco con miradas fulminantes. El duelo ocular se sostuvo unos segundos hasta que la profesora preguntó con tímido estupor qué hacía. Con ánimo beligerante, Martín respondió: “a mí me molesta el humo, a ellos les molesta el frío: estamos iguales”. Los alumnos empezaron lentamente a apagar sus cigarrillos. Tal vez porque entendieron el mensaje. Tal vez porque estaban hartos y tenían frío.

Hoy el problema es el primero, quién se anima a encender el primero. Todos se miran como diciendo: “dale, qué esperás”. Una chimenea se enciende. Realizada la maniobra audaz, en breve lapso toda una industria tabacalera pone bocas a la obra. Los semblantes parecen adquirir una expresión placentera tal, que resulta una herejía proferir las palabras malditas. Pero éstas llegan inexorables: “ehh, no se puede fumar en clase”. Y la discusión comienza de nuevo.

En rigor, luego de cuatro años de bregar, este discutidor por naturaleza ha logrado pasar de la polémica al regateo. “Uno solo, por favor”, imploran sus compañeros, finalmente vencidos por cansancio. “Me voy a la otra punta, no te llega el humo”, suplican. Mas no hay buenas intenciones ni argumentos capaces de persuadir a un no fumador militante. “No jodan, viejo, en diez minutos termina la clase y se fuman un atado entero”.

Al término de la clase, las chimeneas comienzan a trabajar. Con un “chau” parco pero sonoro, un alumno abandona el aula presurosamente, como si alguien invisible lo persiguiera...

12/11/10

Zappa y la patota sindical

Imposible que Frank Zappa (1940-1993) nos hable de Moyano o de Pedraza.

Sin embargo...


Stick Together (Mantengámonos unidos), del álbum The man from Utopia (1983).


Esta es una canción sobre el sindicato, amigos,

sobre cómo te joden y cómo retuercen

las reglas para ajustarse a unos pocos especiales

y cómo tú acabas jodido cada vez que lo hacen.



Sabes que tenemos que mantenernos unidos.

(Gente, tenemos que mantenernos unidos.)

Sabes que tenemos que mantenernos unidos.

(Gente, tenemos que mantenernos unidos.)

Sabes que tenemos que mantenernos unidos.

(Gente, tenemos que mantenernos unidos.)

Sabes que tenemos que mantenernos unidos.

(Gente, tenemos que mantenernos unidos.)

Hace algún tiempo la idea era buena,

si al menos hubieran hecho lo que decían que harían.

No ha mejorado, lo están haciendo empeorar,

el movimiento obrero se ha ganado la maldición de la Mafia.

Sabes que tenemos que mantenernos unidos.

(Gente, tenemos que mantenernos unidos.)

Sabes que tenemos que mantenernos unidos.

(Gente, tenemos que mantenernos unidos.)

Sabes que tenemos que mantenernos unidos.

(Gente, tenemos que mantenernos unidos.)

Sabes que tenemos que mantenernos unidos.

(Gente, tenemos que mantenernos unidos.)

No seas tonto, no seas imbécil,

el sentido común es tu única esperanza.

Cuando el sindicato te dice que es hora de ir a la huelga,

dile al hijo de puta que se dé un paseo.

Sabes que tenemos que mantenernos unidos.

(Gente, tenemos que mantenernos unidos.)

Sabes que tenemos que mantenernos unidos.

(Gente, tenemos que mantenernos unidos.)

Sabes que tenemos que mantenernos unidos.

(Gente, tenemos que mantenernos unidos.)

Sabes que tenemos que mantenernos unidos.

(Gente, tenemos que mantenernos unidos.)

Sabes que tenemos que mantenernos unidos.

(Gente, tenemos que mantenernos unidos.)

(Ray: Tengo algo bueno...)

(Ike: Tenéis que manteneros unidos, tenéis que manteneros unidos...)

Sabes que tenemos que mantenernos unidos.

(Gente, tenemos que mantenernos unidos.)

(Ray: Pagué mis cuotas del sindicato.)

Sabes que tenemos que mantenernos unidos.

(Gente, tenemos que mantenernos unidos.)

(Ike: Y mis beneficios se acabaron el otro día, sí...)

(Ray: Me voy a comprar un coche japonés.)

Sabes que tenemos que mantenernos unidos.

(Gente, tenemos que mantenernos unidos.)

(Ike: Tengo una necesidad, sí, tengo una necesidad.)

(Ray: ¡Hablo de frenesí!)

Sabes que tenemos que mantenernos unidos.

(Gente, tenemos que mantenernos unidos.)

(Ike: Pero por la parte del suministro las cosas no son muy buenas para mí hoy en día.)

Sabes que tenemos que mantenernos unidos.

(Gente, tenemos que mantenernos unidos.)

(Ray: Me voy a Tokio.)

(Ike: Sé que me dijisteis que tenía que estar al final de la cola.)

Sabes que tenemos que mantenernos unidos.

(Gente, tenemos que mantenernos unidos.)

(Ray: Detroti se ha convertido en una ciudad fría y fea.)

(Ike: La cola del desempleo, la cola del desempleo.)

Sabes que tenemos que mantenernos unidos.

(Gente, tenemos que mantenernos unidos.)

(Ike: Quiero saber, quiero saber, quiero saber, sí...)

Sabes que tenemos que mantenernos unidos.

(Gente, tenemos que mantenernos unidos.)

(Ike: Oh, sí...)

(Ray: Me dijeron que mi cheque estaba en el correo...)

Sabes que tenemos que mantenernos unidos.

(Gente, tenemos que mantenernos unidos.)

(Ike: ¡Ponte a la cola!)

Sabes que tenemos que mantenernos unidos.

(Gente, tenemos que mantenernos unidos.)

(Ray: Hablo de la economía de incentivos a la oferta.)

Sabes que tenemos que mantenernos unidos.

(Gente, tenemos que mantenernos unidos).