"Los profesionales son como las prostitutas, escriben mentiras en defensa de los intereses de los que les pagan. Los militantes, en cambio, escribimos la verdad al servicio del pueblo. Soy primero militante; después, periodista".
Martín García, flamante presidente de
En este blog ya hemos hablado de Clarín y de La Nación (ver post). Hemos hablado de Tiempo Argentino, y de Página/12 ó 678 (ver post). Hemos hablado, en fin, del periodismo -devenido en- opositor y del oficialista. Ambas representan dos formas de la actual decadencia de gran parte de nuestro periodismo. En este nuevo post quisiera darle nombre:
“el periodismo pragmático”.
¿Para qué informar?
La anécdota, muy comentada en el ambiente periodístico, cuenta que un medio busca contratar a un periodista. Luego de las preguntas de rutina, se les hace a los aspirantes una prueba que consiste, obviamente, en realizar una nota. El experimentado periodista que toma la prueba tira, impasible, la consigna:
-Escriba una nota sobre Dios.
En la puerta del diario se ve cómo, uno a uno, los aspirantes se van cabizbajos, rumiando su fracaso. Hasta que, por fin, un osado muchacho se atreve a contestar a la consigna con una pregunta:
-¿A favor o en contra?
-Empieza a trabajar mañana –responde, también impasible, el periodista evaluador.
Esta anécdota es citada con frecuencia a modo de ejemplo de buen periodismo. Muestra al trabajador como un profesional, versátil, capaz de amoldarse a cualquier situación “laboral” (para usar un eufemismo). “Se pone la camiseta del medio”, dejando así de lado cualquier apriorismo ideológico, “tan perjudiciales para este oficio, pues debemos tratar de ser objetivos”, se dice.
Desde principios del siglo XX, con la caída del Muro de Kant, ha venido creciendo una nueva forma de encarar las relaciones inter(e intra)personales -que algún pícaro francés contemporáneo ha denominado “ética inteligente”- basada en la indolencia. Este pensamiento netamente individualista -una verdadera filosofía del desapego- ha embarazado la ya ultra individual filosofía liberal, que en su neo forma se descubre como inteligente (pragmática), profesional (pragmática), técnica (desideologizada -pragmática-), objetiva (desideologizada -pragmática-), masiva (por su objetividad) y, claro, comprometida (palabra que desapareció bajo el ambiguo término “inteligente”), pues se dirige a la sociedad. El proceso informativo no es ajeno a esta matriz conceptual.
La moral kantiana ha perimido. Y su obsolescencia ha librado a los actores sociales de actuar sobre sus rígidos parámetros morales. Pero lo que ha sucedido es que al pretender descalificarlos, o relativizarlos, directamente se los ha anulado. Y su éxito se debe sin duda a la importante cuota de verdad que encerraba la crítica al imperativo categórico, envuelto de “olor a sadomasoquismo y tortura”, según Nietzsche.
El pragmatismo filosófico se ha extendido hacia todos los aspectos sociales y, en general, ha sido traducido como aggiornamiento de posiciones rígidas, estructuradas, en todos los campos. El pragmatismo económico fue concebido desde un antagonismo, desde una negación: la negación de la planificación y la participación estatal, lo que llega al paroxismo, por estos lares, del olvido sin más de la población. Con el pragmatismo político, igualmente, afloran los asesores de campaña y las encuestas. Los Dick Morris, los Dudas Mendoncas, los Durán Barbas o los Bragas Menéndez. La religión es, más que nunca, adular los oídos de las masas para llegar al poder.
Esta nueva concepción, por lo demás, tuvo un importante elemento adicional, que le sirvió como impulsor: nació y creció en Estados Unidos de Norteamérica, tierra de la libertad, de la libre empresa, de una democracia capitalista en vías de rápida consolidación, a principios del siglo XX, y actualmente hegemónica, aún en su decadencia.
El liberalismo encontró en el pragmatismo a su aliado natural, despojado de cualquier pernicioso intelectualismo (donde se incluyen la ética, la moral y todo concepto que comporte un compromiso social ajeno al lucro y al crecimiento económico).
El relativismo impuesto por el pragmatismo filosófico (Dewey a principios del siglo XX; Rorty, hoy) en todos los órdenes de la vida exime a los seres humanos de una palabra cara al pensamiento existencialista: la acción. Este término es extirpado de cuajo de la voluntad posmoderna que, sin embargo, no ha escapado a su redefinición: hoy la acción se mide en términos de ética inteligente, es decir: la otrora acción, obviamente teleológica, se convierte hoy en omisión, también teleológica (en el fisiócrata “dejar hacer” con el que el liberalismo se marcó a fuego). Signo de los tiempos. Omisión, también, del sujeto... A lo sumo, la “acción” pregonada por los posmodernos es la de la (est)ética del yo propio. La vida como arte y la (est)ética del placer.
Pero, por otra parte, lo que permanece de su anterior sentido, en esta nueva hermenéutica de la acción, se inscribe en un marco reducido, el del ámbito laboral. La ética inteligente se aplica en-desde-para la empresa. Desde allí el individuo cumple con su nuevo imperativo moral, que de nuevo tiene muy poco: servir a la empresa.
¿Qué tiene que ver todo esto con el periodismo?
Los medios de difusión de “noticias” no han escapado a estos nuevos aires de ética inteligente y vértigo (muchas veces el vértigo produce respuestas agudas pero no vastas y profundas). El caso de la CNN “internacional” -en general, pero muy en especial luego del 11/S- puede ser tomado como ejemplo en cuando al prolijo alineamiento del interés periodístico “profesional, objetivo” con los grandes intereses de su país de origen.
Si cambiamos el foco hacia los medios locales y nos detenemos a observar notaremos que no difieren demasiado, más allá del coyuntural e irracional conflicto del gobierno con “el monopolio”.
Analizarlos es crucial para el desarrollo de una sociedad, dada su importancia en la promoción de valores culturales y pautas de conducta. Qué se observa: en primer lugar, continuas fusiones y absorciones: la voz periodística en pocas manos. En este punto tiene razón el gobierno kirchnerista. Olvida acotar, claro, todo lo que él mismo contribuyó a eso. Y agregar, claro, los nuevos medios paraoficiales, que se reproducen como hongos.
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Al manejar grandes montos, las empresas comunicacionales se convierten en importantes grupos de presión frente al poder político esgrimiendo, ahora, no ya el interés de la opinión pública sino, más bien, el suyo propio. Este grupo económico con intereses creados es el que luego informa e “instala la agenda” en la sociedad. Agendas periodísticas crecientemente despolitizadas (y falazmente “pragmáticas”), planteadas en términos de necesidad, de costos y beneficios. El diario Clarín es el ejemplo paradigmático de ello. En otro post hemos hablado de la necesidad de destinellizar la política y desclarinizar el periodismo como la batalla cultural de fondo.
Y lo curioso es que los mismos periodistas del diario Clarín son conscientes de su situación. Ellos conocen y tienen la habilitad de descubrir o transformar las noticias de modo que tengan un formato Clarín. Es el periodismo pragmático. Por un lado, una clara noción de lo que el medio es y espera de ellos; y, por el otro, signos personales evidentes de que la agenda que ellos construyen no es lo importante. Pero, ¿qué es “lo importante”?...
Desde cualquier concepción ética este “pragmatismo” es enteramente reprochable. Más que una moral de la acción (Sartre, Arendt, etc., etc.), predomina en los medios y en sus trabajadores, en general, una moral de la pasividad y hasta de la resignación. Por supuesto que no hablo de los que no se cuestionan lo que hacen. Ni de los que abjuran del periodismo en pos de la militancia. Ni, tampoco, de los que tienen suficiente nombre como para firmar con (bastante) autonomía.
Alguien, alguna vez, me recordó la distinción ética que hacía Sartre entre “cerdos” y “tramposos”. La acción en tiempos difíciles. Sucintamente, mientras el primero cumple con la orden del jefe o superior, coincida con ella o no, el tramposo también lo hace, pero logrando incorporarle un contenido subliminal -o no tanto- que niegue, contradiga, relativice o ridiculice aquella orden. Una actitud subversiva. Ambos hombres son inexcusablemente libres y actúan con libertad, por cierto. Pero también su acto los define.
Por supuesto que eso sucede, qué duda cabe, en el periodismo. Pero hoy el periodismo aparece como una actividad más del ser humano, perdiendo así su condición de pilar esencial para el mantenimiento y crecimiento del sistema democrático. Pero, en este devaluado contexto axiológico, ¿qué significa la palabra democracia? ¿En cuánto se acerca nuestra democracia de cada día al ideal que se tiene de ella?
Digresión: siempre escucho hablar de "democracia" como consenso, como tendencia a la uniformidad. Ése es un lugar común erróneo: lo que hace fuerte a una democracia es la suma de la diferencia, la concurrencia de lo diverso. Esto está en la base de todo pensamiento republicano (Maquiavelo, Spinoza, Madison, Montesquieu). Cortémosla con la democracia mal entendida. La "democracia como uniformidad" tiene su raíz en cierto iluminismo (autoritario), que es común tanto al liberalismo como al socialismo originario.
¿Para qué informar?
En materia periodística, la pregunta es crucial. Tanto, que la respuesta que se dé a esta cuestión capital revelará la presencia de una determinada concepción del llamado “cuarto poder”. En el ideario del liberalismo clásico (más allá de su elitismo), el periodismo fue uno de los campos privilegiados para el debate racional de ideas y opiniones que hacen e interesan a la sociedad. Pero, junto con esta tarea fundamental para la vida democrática, la información, además de ser considerara como “bien social”, es entendida también como una mercancía. Ésta es la tensión esencial y constitutiva del periodismo, que hoy se vive con más crudeza que nunca.
“Estar informado”, “saber lo que pasa”, en cualquier ámbito, le amplía al ciudadano la gama de elecciones y acciones tanto individuales como colectivas: desde comprar este disco a votar a aquel candidato.
Según la famosa teoría de la agenda-setting, los mass-media no dicen qué hay que pensar sino sobre qué hay que pensar: los que ellos presentan son los asuntos decisivos. “Esto es lo que hay”, le dicen los medios a su audiencia cuando le presentan los hechos (re)construidos como noticia.
¿Qué es la democracia? ¿Para qué informar? ¿Cuál es el rol de los medios en democracia? El pragmatismo también responde, por supuesto, a estas preguntas. Acertadamente o no, con “mala fe” o no. Pero responde. Y, en su lógica, esto es lo que importa.