Por Roberto Gargarella (*)
Estoy convencido de que la iniciativa de dictar una Ley de Medios dirigida a democratizar la palabra, cuenta con un apoyo más que mayoritario (desde ya que cuenta con mi propio enfático apoyo). Más todavía, estoy convencido de que la muy imperfecta Ley de Medios aprobada, a pesar de sus defectos, cuenta con un apoyo mayoritario (desde ya que cuenta con el mío, con obvias reservas respecto de los negocios de miembros del gobierno con empresarios amigos). Sólo bastaría, para hacer realidad la Ley de Medios vigente, un genuino compromiso de aplicarla ecuánimemente. Si se lo hiciera, sigo convencido, no habría presión de grupo alguno capaz de frenarla, ni habría conservatismo judicial capaz de derogarla o tornarla impracticable (la Corte Suprema ya dio varias muestras de su buena disposición a favor de los mejores principios de la Ley).
Pero no. El gobierno ha hecho hasta ahora todo peor que mal, y es insólito que lo haya hecho, porque ha perjudicado de ese modo hasta sus peores intereses. Por eso es entendible que tenga los problemas que tiene, para aplicar la Ley; como es entendible que tropiece con las resistencias que se le aparecen, antes de ponerla en marcha. Las resistencias encuentran apoyo entre la misma ciudadanía, que mira a la Ley, cada vez más, con una mezcla de desinterés y desconfianza. No se trata de que la ciudadanía sea conservadora, ni de que se le haya lavado el cerebro –clásicos argumentos de la derecha. Más bien lo contrario: la ciudadanía no se alinea con los “grandes grupos”, sino que le da la espalda o rechaza el comportamiento tramposo y antidemocrático que ha mostrado el gobierno, en todo este asunto.
Si el gobierno hubiera nombrado, en el organismo de aplicación, a una persona sensata y capacitada, en lugar de alguien que ha demostrado ser un soldado ciego (alguien que llegó a votar y justificar, desde el “progresismo”, a la Ley Antiterrorista), además de incompetente en materia de comunicación (y por lo tanto ilegalmente nombrado).
Si le hubiera dado cabida debida a la oposición, en el ente regulador.
Si no hubiera usado sus peores armas, para desprestigiar, remover y recusar a jueces sospechados de “no ser propios”.
Si no hubiera recurrido a los servicios de inteligencia, como el Proceso en su peor momento, para apretar a jueces disidentes y particulares díscolos.
Si no hubiera destratado a, ni se hubiera burlado de, el mismo Presidente de la Corte.
Si no hubiera llegado a acusar a la justicia de “golpista,” frente a la sola posibilidad de un fallo adverso.
Si no hubiera cambiado las reglas del juego contra uno de los jugadores, y a favor propio, mientras se desarrollaba el juego democrático –operando ese cambio de reglas de juego del modo en que siempre lo hace, es decir, de improviso, de forma oculta, a espaldas de la ciudadanía, sin discutir con nadie, de manera finalmente tramposa e ilegal.
Si no le hubiera impedido a la oposición participar –como lo exige la Ley- en las discusiones relativas a la aplicación de la Ley.
Si hubiera acatado los insistentes fallos de la Corte obligándole a distribuir de modo igualitario los dineros públicos de la publicidad oficial, en lugar de reírse de ellos.
Si hubiera dado muestras de su disposición a organizar la comunicación pública como si fuera de todos, en lugar de dilapidar recursos públicos en tonterías y propaganda destinada a ensalzar a su líder.
Si no estuviera haciendo negocios prohibidos con una empresa Telefónica, desautorizada para controlar los medios que controla.
Si no le hubiera dado el visto bueno a las ilegales compras de medios realizadas en los últimos meses, por empresas inhabilitadas para hacerlo, pero dispuestas a desinformar a la ciudadanía cada vez que fuera necesario.
Si no se hubiera hecho el distraído, frente a la participación en el área de comunicaciones de empresas extranjeras o de energía incapacitadas para intervenir del modo en que lo hacen.
Si no hubiera dado luz verde a desmembramientos ridículos, inverosímiles (“la empresa ya no es mía, sino de mi hija”), ofrecidos por algunas de las empresas amigas que alegaban así su adecuación y alineamiento con la Ley de Medios.
Si no nos hubiera tomado el pelo de esta forma, pensando que semejantes burlas –semejantes agravios a todos- iban a ser consentidxs por una ciudadanía indiferente.
Si no hubiera regado sus traspiés con declaraciones anti-democráticas, hostiles a la división de poderes y despreciativas frente a quienes no se arrodillaban ante sus órdenes, frente a los que se animaban a dudar apenas, de lo que el gobierno exigía.
Si hubiera dicho una sola palabra verdadera o sincera durante todo este proceso.
Si no hubiera actuado del modo vergonzoso y vil en que lo ha hecho, la Ley estaría siendo aplicada, y estaríamos algunos pasos más cerca de la ansiada democratización de la palabra. No se trata de que uno se queje porque sólo encuentra aceptable la Ley ideal; porque no está dispuesto a tolerar comprensibles desprolijidades; porque se asusta frente a inevitables imperfecciones; o porque es incapaz de tolerar necesarios desacuerdos. Se trata de que el gobierno viene acumulando, desde el primer minuto en que comenzó a trabajar en torno a la Ley de Medios, acciones ilegales e inconstitucionales, palabras y prácticas anti-democráticas, negocios sucios, aprietes dignos de un gobierno militar. Y en lugar de calmarse y reconsiderar lo que hace, frente a las protestas y críticas de todo tipo que recibe, actúa lo contrario, y como suele hacerlo, desespera y acelera desentendiéndose de las consecuencias de sus actos. Porque de los grandes grupos privados (finalmente, del capitalismo rapaz que nuestra clase dirigente nos lega) uno no tiene razones para esperar nada, pero del gobierno sí, porque nos pertenece, porque vivimos en democracia, poque es la soberanía popular la que debe prevalecer. Pero no. Resulta que estamos en guerra, con la palabra cada vez más concentrada, con cada día más voces excluidas, con un sistema económico cada día más brutal y desigual, con una democracia cada día más degradada. Y este gobierno es protagonista clave de este miserable retroceso.
Texto originalmente publicado en el blog de Gargarella.
8/12/12
1/12/12
Néstor y Mauri, héroes argentinos contemporáneos
Si Néstor es el "héroe colectivo",
¿por qué Mauri no podría ser el "Che Guevara" del PRO?
Odiosa y a la vez esclarecedora comparación, la del EterNéstor con Mauricio "Che Guevara" Macri.
Porque, tal vez sin quererlo, la humorada (?) del PRO demuestra que, en la era de la política "relatada" que potenció el kirchnerismo desde que llegó al poder, la "Verdad" es -o pretende ser, mejor dicho-, simplemente, aquello que se enuncia.
Esta hiperpolítica y odiosa comparación (para el kirchnerismo, por cierto; y también para los que respetan -quizá aunque no compartan los ideales- la figura del Che) desnuda la falsedad de esa perversa pretensión que gobierna la Argentina, y que sigue sosteniendo, aún por ejemplo después de las 51 muertes que provocó la masacre de Once, que el Estado volvió y que está "presente" en la sociedad.
En efecto, es tan ridículo sostener que "Macri es revolución" como que Néstor (y Cristina, hoy) es la resistencia (¡colectiva!) que lucha por la libertad y la igualdad social frente al establishment corporativo, escamoteando que, después del natural rebote post crisis 2001 de mediados de la década pasada, los números de la pobreza y la indigencia (*) volvieron a crecer y están a la par de la tan execrable década menemista.
Ambos movimientos políticos son, antes bien, las dos caras de la misma moneda de la derecha argentina contemporánea: el macrismo encarna hoy la clásica derecha, agiornada a los tiempos democráticos, y el kirchnerismo es la actual versión peronista (siempre reinventándose) del populismo local.
Esa clase de "héroes" son Néstor (y Cristina) Kirchner y Mauricio Macri.
Un experto en marketing político escribió hace unos años un libro titulado Lo que no se dice no es. La Argentina actual altera sutilmente esa fórmula por otra propia de la ética de la trampa: lo que se dice no es.
Hasta el neoliberalismo siempre.
La Revolución es un relato eterno.
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20/11/12
#8N + #20N: los k, Maquiavelo y la virtud del buen gobernante ante la fortuna de los asuntos humanos
Néstor y Cristina Kirchner ejercieron el poder con mano de hierro y nadie se les opuso en estos nueve años de gobierno. La pregunta es: ¿el 13S, el 8N y el 20N alteran ese escenario político, exigiendo tiempos de diálogo y consensos?
Hoy no quiero dar mi visión de los hechos (una respuesta, en fin) sino aportar una herramienta de análisis: la dialéctica "fortuna" - "virtud" del quizá más importante pensador republicano, junto con James Madison. A veces está bueno que no nos den las ideas masticadas y que tengamos que ponernos a pensar un poco, ¿no?
Transcribo, entonces, un fragmento del Capítulo XXV de El Príncipe, del gran pensador político Nicolás Maquiavelo, titulado: "En qué medida están sometidos los asuntos humanos a la fortuna y cómo puede el hombre hacerles frente".
El resto, corre por vuestra cuenta (*).
No se me oculta que muchos creyeron y creen que la fortuna -o Providencia-, gobierna de tal modo las cosas del mundo, que a los hombres no les es dable, con su prudencia, corregir su rumbo ni oponerles remedio alguno. Con arreglo a semejante fatalismo, llegan a juzgar que es en balde fatigarse mucho en las ocasiones temerosas, y que vale más dejarse llevar entonces por los caprichos de la suerte (...). Sin embargo, como nuestro libre albedrío no queda completamente anulado, estimo que la fortuna es árbitro de la mitad de nuestras acciones, pero también que nos deja gobernar la otra mitad, o, a lo menos, una buena parte de ellas. La fortuna me parece comparable a un río torrencial que cuando se embravece inunda llanuras, tira abajo los árboles y edificios, arranca terreno de un paraje para llevarlo a otro. Todos huyen a la vista de él y todos ceden a su furia, sin poder resistirle.
Y, no obstante, por muy formidable que su pujanza sea, los hombres, cuando el tiempo está en calma, pueden tomar precauciones contra semejante río construyendo diques y esclusas, para que al crecer de nuevo se vea forzado a correr por un canal, o por lo menos, para que no resulte su fogosidad tan anárquica y tan dañosa. Pues con la fortuna sucede lo mismo: ella muestra su poder cuando no hay una virtud organizada y preparada para hacerle frente y por eso vuelve sus ímpetus allá donde sabe que no se han construido los diques y esclusas capaces de contenerla. (...) Y basta esta reflexión para lo concerniente a la necesidad de oponerse a la fortuna en general.
Refiriéndome ahora a casos más concretos, digo que cierto príncipe [léase hoy: gobernante] que prosperaba hasta ayer se encuentra caído hoy, sin que por ello él haya cambiado de carácter ni de cualidades. Esto proviene, a mi entender, de las causas que antes señalé extensamente al decir que el príncipe que se apoya únicamente en la fortuna se hunde tan pronto como ella cambia. Creo también que prospera aquel gobernante cuyo modo de proceder se halla en armonía con la índole de las circunstancias, y que no puede menos de ser desgraciado aquel cuya conducta está en discordancia con los tiempos. Porque se puede apreciar que los hombres proeceden de distinta manera para alcanzar el fin que cada uno se ha propuesto, esto es: gloria y riquezas: uno actúa con precaución, el otro con ímpetu; uno con violencia, el otro, con astucia; uno con paciencia, el otro al revés; y a pesar de estos diversos procedimientos, todos pueden alcanzar su propósito. Incluso, se ve también que, de dos hombres moderados, uno logra su fin, otro no; y que dos hombres, uno ecuánime, otro aturdido, logran igual acierto procediendo de dos maneras distintas, pero análogos a la diversidad de sus respectivos genios. La causa de ello se halla sencillamente en la condición de los tiempos y circunstancias, según concuerden o no con su modo de obrar.
De donde resulta que, procediendo diferentemente, dos hombres logran idéntico efecto, y procediendo del mismo modo, uno consigue su fin y otro no. De aquí nacen, también, los cambios de fortuna: si un hombre actúa con precaución y paciencia, y los tiempos y las cosas van de manera que su forma de proceder es buena, va progresando; pero si los tiempos y las cosas cambian, se viene abajo porque no cambia de manera de actuar. Porque no hay hombre alguno [o mujer], por muy dotado de prudencia que esté, que sepa adaptarse hasta este punto y hacer concordar bien sus procederes con las circunstancias y con los tiempos. En primer lugar, por no serle posible desviarse de aquella propensión a que lo inclina su propia naturaleza, y, en segundo lugar, por el hecho de que, al haber prosperado siempre caminando por un único camino, no se le puede persuadir de la conveniencia de alejarse de él. Por eso el hombre precavido, cuando llega el tiempo de echar mano al ímpetu, no lo sabe hacer y provoca su propia ruina. Y si el hombre pudiera cambiar su propia naturaleza de acuerdo con los cambios de los tiempos y las circunstancias, nunca cambiaría la fortuna.
(...)
Concluyo, pues, que si la fortuna varía y los príncipes [otra vez: los gobernantes] continúan obstinados en su natural modo de obrar, prosperarán, ciertamente, mientras semejante conducta concuerde con la fortuna misma. Pero empezarán a padecerla, en cambio, tan pronto como ésta no se avenga a su habitual proceder.
(*) Las negritas y cursivas son mías.
Fortuna y virtud, en la metáfora del río bravo y los diques.
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14/11/12
El clivaje político: la peor herencia del kirchnerismo
Hace dos años, cuando mi blog recién nacía, escribí en dos post una idea que me daba vueltas en la cabeza desde 2008, cuando empezó “la batalla kirchnerista contra el campo oligarca y destituyente” por una resolución que ya quedó en la historia, conocida simplemente como “la 125”. Una gesta cuyo fin trascendental –bien que arropado de “batalla cultural”- era aportar dinero a una kaja que, en un contexto de crisis internacional, se asfixiaba crecientemente.
Hoy vuelvo a publicar en un solo post aquel artículo que describía la fractura social argentina, dada su lamentable actualidad. Es más: hoy lo republico (algo retocado) sin signos de interrogación. Así: El clivaje político, la peor herencia del kirchnerismo. Ya no tengo dudas de que Argentina vuelve a transitar por el camino del odio entre conciudadanos.
Hace dos años, cerraba aquellos artículos proponiendo este didáctico ejercicio: “comprueben ustedes mismos la vuelta del clivaje. Traten de discutir con su mejor amigo, con el compañero de la infancia que siguen viendo, con el de la oficina de enfrente, con el cliente que viene al negocio a comprar, con su pareja, con cada argentino con el que se crucen. Lo conozcan hace mucho o hace poco, discutan sobre el kirchnerismo y sobre el país actual. Y, por sobre todo, traten de no terminar enemistados si opinan diferente al otro”.
El clivaje político, la peor herencia k
En ciencia política hay un concepto muy particular y preciso para esto que estamos viviendo hace ya años en el país y que se expresa, incluso, en la triste muerte del quinto presidente constitucional elegido por el pueblo desde la vuelta de la democracia, Néstor Kirchner. Me refiero al concepto de "clivaje". Esto es: una fractura irreconciliable dentro de la sociedad.
El término clivaje -o cleavage- significa escisión o fractura. Como categoría de análisis proviene, originariamente, del psicoanálisis. Con ella, Lacan (y antes Freud, con su “complejo de Edipo”) describe el "corte" o separación que realiza el padre (o quien cumpla esa función) del individuo en la niñez sobre el deseo hacia la madre.
Pero ha sido usado en la ciencia política para expresar, como se dijo, una fractura societal relevante. El clivaje político o social al interior de un país puede tener como origen diferentes causas: ideológicas, religiosas, culturales, económicas o étnicas. El clivaje político genera o refuerza identidad política, y repercute sobre el sistema político de la sociedad; alínea a los miembros de la comunidad de un lado o de otro, a favor o en contra. Es decir: demarca. Separa. Pero lo que caracteriza al clivaje político es la intensidad y la vehemencia de tal separación. No es la mera "división de intereses" presente en cualquier sociedad.
Los politólogos Seymour Martin Lipset y Stein Rokkan estudiaron hace décadas los orígenes históricos de los partidos políticos, y los tipificaron según cuatro crisis: nacionalismo versus separatismo (en el medioevo), confesional versus laico, urbano versus agrario y, por último, capital versus trabajo. A quien le interese profundizar en este análisis histórico puede leer el clásico Party systems and voter alignments: cross-national perspectives (1967), de los mencionados autores.
Ante un "clivaje", los políticos tienen, en general, dos actitudes posibles: valerse de él para conseguir votos, es decir: profundizarlo (y quebrar más a la sociedad, la que, en teoría, debería buscar lo contrario: la convivencia) o intentar superarlo.
En nuestro país, por muchas décadas, tuvimos un clivaje: peronismo - antiperonismo. Sabemos cuáles fueron las consecuencias de esa fractura societal. ¿Hace falta explicitar la fractura que vivió por décadas la Argentina? La bibliografía sobre el odio que antaño cargaban los liberales (y muchos radicales y de izquierda también) hacia los "peronchos", o viceversa, los "muchachos peronistas" hacia los "gorilas" es amplia. El que quiera recordarlo, también puede darse una vuelta por la Plaza de Mayo y ver los tristes balazos que adornan el Ministerio de Economía: dosificadas muestras del odio que dividía al país cuando ocurrieron los bombardeos a la Plaza de Mayo, que determinaron el golpe a Perón de 1955. Y lo que vino después, lo tenemos presente porque durante esta década se revisitó mucho aquel período, fue un baño de sangre nacional.
Torcuato Di Tella entendió el caso argentino como un "clivaje de clase". Así definió, en 1972, al surgimiento del peronismo de 1945: una división irreconciliable entre dos sectores enfrentados por el control de los medios de producción.
No comparto esa postura, por varios motivos. Pero el más relevante para este artículo es que esa lectura olvida el gran componente cultural que expresa esa fractura (véase, al respecto, el libro Resistencia e integración, de Daniel James). Es decir, excede la marxista "determinación económica en última instancia". En efecto, nuestro clivaje no es "obreros" versus capitalistas, sino peronismo – antiperonismo y, como desarrollaré más abajo, pueblo – antipueblo. Significantes "vacíos" a los que se suma el nefasto -por falso y temerario- agregado contemporáneo kirchnerista: democracia – dictadura ("Clarín: Con la democracia no se jode! Unidos & Organizados").
Mal que mal, creo que el ex presidente Raúl Alfonsín intentó superar esa fractura. Con Carlos Menem, los tiempos fueron "light" en todo sentido: se dejó de lado el "clivaje" desde la frivolidad. Néstor Kirchner tampoco se valió de ello al principio: quería, de hecho, enterrar la palabra "Perón". Recuérdese, como pintoresca muestra, la frase con que el inefable Aníbal Fernández se despachó cuando todavía era ministro del Interior: “Que se metan la marchita en el culo”.
Sin embargo, el fallecido ex presidente y la actual presidenta, Cristina Fernández, cambiaron luego de rumbo y, hasta ayer, azuzaban el clivaje irresponsablemente. Provocando con ello actitudes y enardecimientos en muchos ciudadanos; gestos y sentimientos que no estuvieron ausentes incluso en los días posteriores a la muerte del ex mandatario.
Hoy ya es un lugar común kirchnerista decir que “el odio lo generan los medios hegemónicos, con el Gordo Larrata (por Lanata) a la cabeza”. Que el clivaje que se vive "se genera desde la oposición" y "desde los principales monopolios mediáticos". En este punto, la “batalla por la Ley de medios” fue un gran mojón identitario del relato k. Véase, por cierto, la respuesta kirchnerista a las protestas sociales del 13/S y el 8N: en la voz oficial es el antipueblo, la minoría privilegiada que quiere tirar abajo las conquistas sociales del pueblo.
Y desde el otro bando se responde con: “la yegua” esto o lo otro. Por cierto, las responsabilidades son bien distintas: el Estado (y quienes lo gobiernan) es quien debe al ejercer el poder ser ejemplo de. "Promover la paz interior", reza el Preámbulo. Sin embargo, el argumento más fuerte no es institucional sino que procede del orden del discurso. Veamos.
Sabemos, con Eliseo Verón, que todo discurso político se caracteriza por tener tres destinatarios: el "prodestinatario" (el "nosotros"), el "contradestinatario" (el "ellos"), y el paradestinatario (el público independiente). Podría decirse que esto es lo que bien conoce y maneja el peronismo kirchnerista. Pero no. El discurso destinado a fortificar la identidad de la "tropa propia" y a fustigar al "adversario" es propio de todo partido político, en toda democracia sana. El problema empieza cuando el otro no es el adversario sino el "enemigo". Y aquí, el centro de todo está en el uso de la palabra "pueblo".
En efecto, el problema empieza cuando el "nosotros" no es una parte del pueblo sino que se totaliza: cuando el discurso político pretende que "nosotros" es igual a "pueblo", a "democracia", y el resto, lo que queda afuera, es el antipueblo, o los que quieren volver a un régimen dictatorial. Es el clivaje político. Y este es el odio cuasi naturalizado que vive hoy la Argentina: ¿cómo no ponerse loco con lo que está contra el pueblo, o contra quien pone en peligro la democracia?
Importa, como dije, el uso que el político hace de este mecanismo: profundizar el clivaje y fracturar más a la sociedad, o intentar superarlo. Pueblo - antipueblo. Democracia - dictadura. Estos dos pares (cadenas de significantes) pueden usarse juntos o alternativamente. A gusto del kirchnerista que los profiere.Porque: hay que decirlo claramente: por más virulento que sea su discurso contra el oficialismo, ningún partido político de todo el amplio abanico de la oposición (desde la derecha más rancia a la izquierda más testimonial) ha jugado con la idea de "pueblo" - "antipueblo" / "democracia" - "dictadura" como lo viene haciendo el peronismo kirchnerista desde marzo de 2008.
Hasta el mismo Juan Perón, ya viejo, intentó desactivar el clivaje que llevaba su nombre. Recuérdese la transformación que sufrió aquella "verdad peronista" que decía que "para un peronista no hay nada mejor que otro peronista". Como recuerda Verón en Perón o muerte, fue el propio General quien, al volver, dijo que "para un argentino no hay nada mejor que otro argentino".
La historia parece repetirse. Más de 30 años después, el kirchnerismo vuelve a apelar a ese bajo recurso con el mezquino fin de mantenerse en el poder. Como lo hiciera hace medio siglo el viejo peronismo, el nuevo peronismo se presenta discursivamente ante la sociedad como "nosotros, el pueblo". Enfrente, están "las corporaciones": los militares, la iglesia, el campo, la industria, los medios de comunicación (“Clarín, con la democracia no se jode”), una parte del sindicalismo, y hasta la Corte Suprema. Antaño, la palabra que definía al enemigo era "oligarquía" (el campo).
Y no hay lugar para "tibios" o posiciones racionales o equidistantes. El que no está con "nosotros" (con el pueblo) es un "traidor" (a nosotros: al pueblo). Es la vuelta del clivaje político: la peor herencia K.
Democracia, con “d” de disenso y diferencia
Creo, para terminar, que los cambios duraderos en un país se hacen por consenso, no por imposición; y con la ley en la mano. Néstor Kirchner fue el presidente que desarticuló la “mayoría automática” en la Corte Suprema e instaló allí juristas de fuste, que realzaron el valor de ese poder de la República; fue, también, el presidente que realzó el propio valor del Poder Ejecutivo Nacional, al principio de su gestión. Como contrapartida, relegó a un lugar de mera "escribanía" al Congreso de la Nación, función que solo se revirtió en 2009 cuando el kirchnerismo perdió "por poquito" la mayoría legislativa en las urnas. Hoy vuelve a serlo. Hace semanas nomás el jefe de bancada kirchnerista lo dejó bien claro, por si hacía falta: “Nosotros no somos librepensadores”, bramó Agustín Rossi. No lo dijo, pero reverberaba en el recinto: “somos los soldados de Cristina”.
A dos años de su muerte, Néstor Kirchner es todavía hoy el que provoca el orgullo nacional para algunos, y la gran tristeza ante lo irreparable de la partida del líder político. Pero también las burlas, o la alegría apenas disimulada o impúdicamente expresada. El fanatismo, en fin. La violencia verbal y gestual. Como aquel nefasto "viva el cáncer", luego de la muerte de Evita.
Es, en síntesis, la vuelta del viejo clivaje político. Es lo que habrá que desactivar. Ésa es la tarea de la dirigencia política actual. Porque, al revés de lo que sentenció José Hernández en el Martín Fierro, la polarización social no es para bien de ninguno, sino para mal de todos. Pues el otro no es el "enemigo" (Schmitt mal entendido) a "vencer".
El clivaje político -la fractura social, el odio entre argentinos- olvida lo que nos une. Porque no hay unión posible con el “enemigo”, con el “antipueblo” (la justificación, el contenido concreto que le da el kirchnerismo al significante “enemigo”), con el que quiere volver a la "dictadura". Al “enemigo”, a ese que -como dice el filósofo político alemán Carl Schimtt- interpela con su estar ahí la esencia de mi propia existencia, sólo cabe eliminarlo (curioso: porque el principal filósofo kirchnerista es Ernesto Laclau, quizá el más sólido pensador político antiesencialista de la actualidad). Aun en una discusión de café. Eliminación simbólica del otro. Incluso, si el que está enfrente de la mesa es nuestro mejor amigo.
Los argentinos tenemos que reaprender que en democracia ni siquiera hay un "Otro" (ese Gran Otro lacaniano): hay, simplemente, "otros". Los diferentes. Los que, con todo derecho, piensan y sienten distinto.
¿Seremos capaces de aprender, de una vez por todas, a (con)vivir en la diferencia? Ojalá...
Aquí y aquí pueden ver los post publicados originalmente en 2010.
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5/10/12
Usted es el culpable
Un servicio al kirchnerismo: primer intento de sistematización de
los culpables de todos nuestros males nacionales. ¿Yo señor? No señor.
los culpables de todos nuestros males nacionales. ¿Yo señor? No señor.
Usted es el culpable.
Usted. Usted. Usted. Y usted.
Cualquier diccionario de psicología que se precie de tal debe incluir estos dos conceptos básicos de esa disciplina: "sentimiento de culpabilidad" y "proyección". Mientras que el primero es de agresión hacia el yo (autoagresión), el segundo es un mecanismo de defensa (autodefensa). En términos psicológicos, no es novedad, para los kirchneristas la culpa siempre está afuera. Siempre es del Otro, o de los otros. Es la sociedad, en la cosmovisión k, quien debe (mandato) padecer el sentimiento de culpabilidad. El kirchnerista no tiene culpas. Pero sí proyecta (y "niega"). Esto es: atribuye los propios conflictos a individuos, grupos o hechos exteriores a sí mismo. Así, por ejemplo (sólo un ejemplo), un individuo cuya conciencia no le permite odiar podrá decir: "Fulano me odia a mí". ¿Les suena? Hay que reconocerles, con todo, que por mucho tiempo el mecanismo resultó eficaz. Aunque los tiempos parecen estar cambiando... Pero vamos a lo nuestro.
Usted es el culpable.
Usted. Usted. Usted. Y usted también.
Usted. "El campo". Clarín y La Nación. Los "formadores de precios". La "clase media egoísta". Los que "ahorran en dólares". Los que viajan al exterior. Los que "viajan en el primer vagón del Sarmiento". Duhalde. La "Constitución Nacional neoliberal" (Carta Abierta). El neoliberalismo a secas (el de los otros). Eduardo Sosa, el ex procurador de Santa Cruz.
Usted. Schoklender. Los docentes que viven de vacaciones. Alfonso Severo, el testigo del juicio por el asesinato de Mariano Ferreyra que no pidió "protección policial". Las consultoras y encuestadores de toda laya (menos Artemio, claro). Las asociaciones de consumidores (con Polino a la cabeza). El decreto 1307/12. TN. El "gorilismo sublime" (De Vido dixit).
Usted. Jorge Toselli, el empresario inmobiliario que se atrevió a hablar del parate en la construcción por el cepo al dólar. La "Corpo hegemónica". La oposición (cariñosamente, "La Opo"). La falta de oposición. Los "cipayos". "El Monopolio". Magnetto, Lanata y Fontevecchia. "Cobos traidor". Los que "le hacen el juego a la derecha". La "pesada herencia". Los jubilados que quieren cobrar el 82% móvil. El "error de tipeo" (Reposo).
Usted. "El maquinista" del tren del Sarmiento que estrelló 51 vidas en Once. "Los fondos buitres". "El imperialismo yanqui". La “puta oligarquía” (D’Elía). La historia. El Pollo Sobrero. De Angelis. Buzzi. La vieja metodología del Indec. Moyano. Los "piquetes de la abundancia". El FMI. Los gendarmes y prefectos. La Bonaerense y Casal. Scioli. Macri. La Alianza. Repsol y Eskenazi, vaciadores de YPF. Las "décadas de desinversión ferroviaria". Los porteños que le dan "asco" a Fito porque votaron a Macri.
Usted. Las cacerolas. El Blue. La "sensación de inseguridad" (Garré, Aníbal Fernández, y tantos...). Los “bien vestidos” (Carlotto). Los que viajan a Miami (menos el intendente de Florencio Varela, Julio Pereyra. ¡Pero que no se entere Abal Medina!). Los que derrochan energía. La "cadena ilegal del desánimo". "Los noventa" (así dicen los K: "Los noventa": nunca "Menem").
Usted. El "abuelito amarrete" que le quiso regalar 10 dólares al nieto. Los sindicatos que no controlan el trabajo en negro. La "timba financiera". La "corrupción entre privados" (Skanska). La deuda externa. Las actitudes y maniobras "destituyentes" (palabra que le aportó Verbitsky a Nésto). Gustavo Béliz y la foto del capo de la ex SIDE.
Usted. El “falso positivo”. Carrió. Los ingleses. Los qom. La “industria del juicio”. El machismo argento. Los que "joden" con la democracia (según las pintadas que aparecieron ayer por todo el Conurbano). La iglesia. La dictadura. El ex procurador Righi. El mercado. El "yuyito". Las preguntas de Harvard. El Famatina y los falsos ambientalistas. Lorenzetti. La "izquierda resentida" o la "izquierda infantil" (la que no apoya al kirchnerismo). La "derecha recalcitrante" (otra vez, la que no apoya al kirchnerismo).
Usted. El caminonero que no quiere pagar impuesto a las ganancias. Manuel Garrido, el ex titular de la Oficina Anticorrupción. Marta Oyhanarte, la ex Subsecretaría para la Reforma Institucional y Fortalecimiento de la Democracia. Los políticos y periodistas asquerosos que se atreven a hablar "de las cosas grosas que pasan en Jujuy" (Milagro Sala, luego del crimen de Luis Darío Condorí).
Usted. El del bombo. La UCR, que "dejó vacante la AGN" (por Despouy). La crisis internacional. Los altos mandos. El artículo 161 de la Ley de Medios. Sergio Acevedo y Daniel Peralta; De la Sota, y todos los gobernadores que “gestionan mal” sus provincias.
Usted. El "republicanismo abstracto" (Horacio González). La "vieja política". Ismael Bermúdez, periodista económico. Gustavo Noriega, autor del libro sobre el Indec. Los importadores. Los que fugan capitales. Los que azuzan la puja salarial. Los "jueces alquilados" (CFK). Graciela Ocaña y la "crisis del dengue".
Usted. Paolo Rocca, presidente de Techint. El 2001. El Consenso de Washington. El "hostigamiento mediático" que descubrió los 5 puticlubs que funcionaban en dptos del Supremo Zaffaroni. Los que se quieren coger a la Presidenta y no pueden; los que la envidian (según José Pablo Feinmann). Los conspiradores golpistas todos. El 46%: los odiadores seriales.
Las palabras. Y las cosas. En fin, la realidad que se atreve a contradecir el "relato" oficial. Como si no fuera el kirchnerismo quien gobierna. O como si tuviera alguno de los poderes de la república en contra y les impidiera hacer y deshacer a su gusto políticas públicas.
¿Será que la Ley también es culpable, por contravenir tantas veces los deseos y anhelos kirchneristas?
Finalmente, este gobierno k que se jacta de la "vuelta de la política" termina teniendo en sus bases fundamentos muy judeo-cristianos: en todos lados ve culpables. Lo grave de esto es que, si la culpa la tiene el otro, yo no soy responsable: soy, simplemente, una pobre y triste víctima. En efecto, rara ha sido la ocasión en que hemos escuchado a un dirigente kirchnerista -en la década que ya llevan gobernando (casi dos planes quinquenales peronistas)- hablar de su responsabilidad -política y legal- en función del cargo público asumido.
Falta, únicamente, que los kirchneristas le echen la culpa al pueblo por haberlos votado. .
Usted es el culpable. Empieza como bolero. Termina como drama nacional (y popular).
Usted es el culpable.
Usted. Usted. Usted. Y usted.
Continuará...
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4/10/12
Derechos humanos, neoliberalismo, y relato oficial
Curiosamente, hoy es jueves. ¿Estarán las Madres de Plaza de Mayo haciendo su ronda habitual en la Plaza? ¿Levantarán la consigna "Aparición Con Vida de Alfonso Severo"? Ojalá. (*)
Ayer, Hebe de Bonafini cuestionó las protestas de los gendarmes, el fotomontaje sobre Guillermo Moreno y no se privó de disparar contra la Corte Suprema. ¿Cuestionará hoy este grave atentado contra el Estado de derecho?
Hoy a las 17 hs. hay una autoconvocatoria para ir a Plaza de Mayo y a varias partes del país para pedir la aparición del testigo por el asesinato de Mariano Ferreyra, Alfonso Severo, secuestrado ayer a la noche. Y mañana viernes 5 de octubre hay otra. La plaza se tiene que llenar.
Hace horas que espero la urgente expresión de preocupación de todos los organismos de derechos humanos por la desaparición de Severo. Con su ausencia, este método dictatorial se mete de lleno en el kirchnerismo a través de su ex (?) aliado José Pedraza, amigo del ministro de Trabajo, Carlos Tomada. Y no es el único. Recuérdese a otro sindicalista dilecto de la Presidenta, Gerardo Martínez, titular de la UOCRA y ex espía del Batallón 601. Ojalá me equivoque, y todo este entramado de connivencias y coincidencias nefastas sea pura duda metódica periodística... Pero Severo no fue el único que había recibido amenazas.
Hace horas que espero, también, la urgente expresión de preocupación de los militantes kirchneristas por la desaparición de Severo.
¿No era que con Néstor y Cristina los derechos humanos habían vuelto a ser revalorizados y respetados? ¿No era esa una de sus principales conquistas? ¿Dónde están ahora? ¿Dónde están los de "Unidos y Organizados", que ayer hablaban de golpe de Estado en ciernes por un reclamo a todas luces salarial?
Golpista, setentista, vergonzoso y grave para la salud de la república es que haya desaparecido un testigo de un juicio clave para elucidar uno de los tantos quistes mafiosos que existen en la Argentina. Eso representa la desaparición de Severo. Y con Julio López -que ya lleva 6 (seis) años sin aparecer- es el segundo desaparecido en democracia. Y si sumamos a Luciano Arruga, y a tant@s otr@s...
La democracia y el Estado de derecho están EN PELIGRO HOY con la desaparición de Alfonso Severo, y no por lo de ayer de Gendarmería y Prefectura.
Por otra parte, sumado al malestar por los salarios de los gendarmes y prefectos, el kirchnerismo se quiere llevar puesto hoy al Consejo de la Magistratura. Y además, hace poco más de dos horas, desplazó al titular de la Auditoría General de la Nación, el radical Leandro Despouy, poniéndose de repente estrictamente legalista, al esgrimir que se le venció el mandato hace dos años (en la misma situación en la que se encuentra, por ejemplo, la titular del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont). Despouy, entre otras cosas, había advertido que la masacre de Once podía ocurrir (como lamentablemente sucedió en febrero pasado, y que se llevó 51 vidas).
Neoliberalismo y "relato"
Ayer, Diputados emitió un documento a raíz del problema salarial de las fuerzas de seguridad, advirtiendo equívocamente sobre el peligro para el orden constitucional. El jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri hizo lo propio y pidió, por conferencia de prensa, que los gendarmes vuelvan a sus casas. ¿Harán lo mismo hoy por Severo?
Ayer, un gendarme que protestaba hizo esta aclaración: "Nosotros no somos golpistas ni destituyentes. Sólo reclamamos por nuestro salario. Primero la baja; ahora, los no remuneratorios. Mi sueldo en blanco es de 800 pesos. ¿A ustedes les parece justo?". Clarísimo. No hay maniobra política ninguna en este reclamo, sino económica. En cambio, quien sí usó políticamente los bajos sueldos de los gendarmes para despotricar contra opositores fue la propia Presidenta de la Nación, hace tres meses nomás, luego de un accidentes en Chubut que dejó 11 muertos (7 de ellos, gendarmes).
Los "no remuneratorios" del sueldo de los gendarmes (como el de todos los laburantes), hoy sobre el tapete, son otra muestra cabal de que el neoliberalismo no se fue.
Los "no remuneratorios" -negreo, en fin- que engrosan gran parte de los sueldos argentos son una manifestación pos noventista de la precariedad laboral que, a casi dos planes quinquenales de gobierno K, sigue vigente en Argentina, por más fiesta del consumo que nos relaten desde el poder de turno.
Instituciones y crisis de autoridad
Hace un mes, CFK dijo que sus funcionarios le tenían que tener "un poquito de miedo". Días después ocurrió el 13S. Ayer se rebelaron los prefectos y los gendarmes de varias partes del país. En el mismo sentido, hace días que existe un llamado para un nuevo cacerolazo para el 8 de noviembre (8/N). Algo está cambiando... En medio de este clima, escuché por ahí: "Más que para 2015, falta una eternidad para el 8N". Parece que la gente ya sólo confía en sí misma. Esto no es para nada deseable. Las instituciones y los representantes son los instrumentos mediadores de las distintas demandas que se procesan en una república democrática. Hoy es imposible, dado el nivel de desarrollo y complejidad societal, una democracia directa. Los únicos mecanismos de justicia e igualdad posibles en las sociedades contemporáneas son el perfeccionamiento -vía control horizontal y vertical- de las instituciones que tenemos, para volverlas más transparentes e inclusivas. No es el camino que estamos recorriendo. Insisto: ojalá me esté equivocando.
Estamos ante una crisis de autoridad importante, frente a la que el gobierno nacional por ahora no encuentra respuestas satisfactorias. En efecto, oscila entre el silencio del avestruz o el proyectar echando culpas para todos lados. ¿Ésta es la "nueva política" que los políticos que se quedaron habían prometido en 2003?
(*) No es un post muy pulido, éste. Lo escribo con urgencia y bajo un estado de indignación creciente.
1/10/12
Escraches y escrachos. Subjetividad y clivaje político
A raíz de los escraches que se dieron en estos días, vienen apareciendo varios artículos que manifiestan su preocupación por este "método fascista" de señalamiento público. El sábado, el sociólogo y director de la consultora Poliarquía, Eduardo Fidanza, escribió en La Nación una nota titulada "La paradoja del prejuicio presidencial", para hablar de clima hostil y violento en Argentina. "Ahora, un gobierno que enjuició ejemplarmente al terrorismo de Estado y enseñó la brutal diferencia que lo separa de la violencia de los privados, debería reflexionar sobre su responsabilidad en el terrorismo simbólico que nos envuelve", afirma Fidanza, preocupado.
Ayer domingo, el periodista Joaquín Morales Solá escribió esto en su habitual columna dominical, también en el diario de los Mitre: "(...) una cosa es la protesta colectiva y pacífica en el común espacio público. Otra cosa es el escrache individual. El escrache es un método que creó el fascismo y que perfeccionó el nazismo. Es un modo de agresión personal que expresa a una sociedad violenta e incivilizada. El kirchnerismo espoleó el escrache con sus adversarios, pero ese antecedente (que nunca antes provocó un repudio del Gobierno) no legitima el recurso. Al contrario. Es lo que debe cambiar. No hay fines nobles que puedan alcanzarse con medios innobles".
El viernes pasado, el escritor y ex funcionario menemista Jorge Asís (@CayetanoAsis) tuiteó siete micromensajes al respecto. Vale citarlos:
"El escrache es siempre un acto fascistoide. Por haberlos padecido, tiendo a solidarizarme con el escrachado. Sea Oyarbide o Moreno".
"El escrache era tomado como un acto progresista cuando Hijos lo organizaba en la casa de un coronel. Pero era fachoso igual.
"Ir en barra a insultar a la casa de un desdichado despunta como un acto de cobardía colectiva".
"Termino: no existe la selectividad para el escrache. Es un acto abominable de impotencia colectiva. Piedad para los escrachadores".
"Los que merecen piedad son los escrachadores".
"Los básicos que fueron a escrachar a Moreno terminaron como protagonistas involuntarios de una acción de contrainteligencia".
"A los escrachadores les regalás dos tortugas y se les escapan. Logran que el escrachado se victimice. 'Matar a Moreno', es el título".
Todos los aludidos hablaron de "nazismo". Y compararon -a mi entender, una comparación poco feliz- los escraches contra el secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, y el juez Norberto Oyarbide, con los señalamientos públicos que se sucedían en los orígenes del fascismo italiano y del nazismo alemán.
Durante el boicot anti-judío, hombres de las SA llevan carteles que rezan:
"¡Alemanes! ¡Defiéndanse! ¡No les compren a los judíos!" (Berlín, Alemania, marzo o abril de 1933).
Sostengo que importar acríticamente estas categorías, despojándolas del contexto histórico-político en el que acontecieron, no contribuye demasiado al entedimiento del momento que vivimos en Argentina. No vivimos en un contexto de crisis de las democracias. Al contrario, las diversas expresiones callejeras reclaman -nunca está de más recordarlo- más y mejor democracia.
Por eso insisto, en primer término, en el concepto de "clivaje político", al que recurrí hace dos años para comprender(nos). Lo que vivimos en esta Argentina kirchnerista se puede entender como "clivaje político". El clivaje sociopolítico es algo que nació con Perón y casi murió con él. Pero es un mecanismo que los K revivieron para captar voluntades con falsas antinomias. Ésa es la que yo considero la peor herencia K, como lo escribí en el post citado. Una verdadera calamidad nacional. Pero de allí a compararlo con el genocidio que sufrieron los judíos bajo el nazismo me parece un despropósito. El nazismo fue la ejecución de un plan de exterminio de una etnia desde el poder, llevada adelante por un mecanismo de poder totalitario, que pretendía además controlar las mentes y los cuerpos de los ciudadanos alemanes hasta en el más mínimo detalle (privado).
El clivaje político que (re)vivimos en la Argentina es responsabilidad exclusiva de quienes lo fogonean: quienes ejercen contingentemente el gobierno nacional y ocupan todos los aparatos del Estado. Lejos estoy, entonces, de apañar y generar confusión sosteniendo una especie de "teoría de los dos demonios" light que condene los escraches que han sucedido la semana pasada.
El escrache "a la argentina" es una forma de protesta ciudadana. El periodista de economía e historiador Daniel Muchnik tiene una visión diametralmente opuesta, y opinó desde su muro de Facebook en línea con lo escrito por Morales Solá, a quien citó. "Protesta ciudadana es la que se llevó a cabo aquel jueves de hace semanas, cuando cubrió la Plaza de Mayo y aledaños. Pararse frente a la casa del enemigo, hostigándolo, EN PATOTA, es cobardía de bajo nivel. Si algún ciudadano o un grupo de ciudadanos está en contra de un funcionario utilicen todos los recursos de la legalidad civilizada. No utilicen los mismos métodos del oficialismo", me dijo Muchnik. Con esta última frase se refería a los escraches k a periodistas que ocurrieron hace un par de años, al conmemorarse un nuevo aniversario del último golpe de Estado. Lejos de la magnitud de los señalamientos nazis, nuevamente, el mismo error.
Curiosamente, con los escraches de la semana pasada se estaba protestando contra la ausencia de esa pretendida "legalidad civilizada", emblemáticamente representada en el juez Oyarbide, campeón de los sorteos en las causas contra los k. Precisamente, se estaba escrachando a un conspicuo símbolo de la legalidad incivilizada de un país que vive al margen de la ley. Eso le respondí. En fin. El debate siguió y sigue, acaloradamente, en esa red social. Por mi parte, el intercambio me movió a escribir estas líneas.
Al pueblo le sobra pintura.
Estas quejas contra el escrache "a la argentina" como método de expresión invierten, llamativamente, el orden de responsabilidades. Pues aquí el que escracha es el pueblo -o parte de él- al poder. Precisamente al revés que el nazismo. En efecto, mientras a mediados del SXX eran el fascismo y el nazismo quienes escrachaban ciudadanos o etnias en su conjunto, desde todos los aparatos del Estado, esta semana se escrachó a dos funcionarios públicos muy representativos del poder gobernante. Esto es, mientras en Europa el señalamiento sucedía de arriba hacia abajo, con consignas que terminaban en una temible marginación y amenaza de -segura- muerte, los escraches que ocurrieron en Argentina fueron en sentido contrario: de abajo hacia arriba, levantando -una- la bandera de la "Justicia independiente" y -la otra- la del "hartazgo por la violencia patotera". Expresado de otra forma: los escrachados en Argentina son funcionarios públicos cuestionados por su desempeño precisamente público, no ciudadanos de a pie discriminados o marginados en ese acto de la sociedad como un todo.
Por eso Moreno respondió como respondió -"Que se metan las cacerolas en el orto"-: porque el kirchnerismo no puede operar políticamente, ya, al parecer, de otra manera que propagando el miedo por doquier. ¿Qué otra cosa sino eso es la desastroza política antiinflacionaria practicada por el secretario de Comercio Interior?
Es decir, en fin: mientras en la Italia autoritaria y en la Alemania totalitaria el señalamiento público era el dispositivo primero y primitivo de la inoculación del miedo en la sociedad -me remito a los escritos de Hannah Arendt-, los acontecimientos de los que somos testigos en el país van en sentido contrario: expresiones -quizá, ciertamente, con una fuerte carga de violencia verbal- que buscan romper el miedo que se propala como política de Estado, y que, jocosa e indirectamente, la presidenta de la Nación, Cristina Kirchner, verbalizó hace un par de semanas. Nada es casual.
Esa misma direccionalidad ascendente tuvieron, desde mi punto de vista, los escraches "dramatizados" (Habermas) por la agrupación H.I.J.O.S. en los noventa. Volveremos sobre esto más adelante.
Tampoco es casual, en este sentido, que la frase que escribí para encabezar mi blog, acompañada de la imagen de un portón con la inscripción "Me sobra pintura", sea ésta que vengo repitiendo por estos agitados días:
El pueblo, escribe Maquiavelo, quiere, simplemente, que no lo jodan. Igual que este buen hombre. Y como a este buen hombre, señores gobernantes, al pueblo también le sobra pintura...
Frase que no es más que otra forma de expresar lo que alguna vez dijo Juan Perón: "Cuando el pueblo se cansa, hace tronar el escarmiento". Idea que no es, por cierto, como en casi todo su pensamiento político, propiedad intelectual del General. Al contrario, es una idea muy liberal. Baste remitirse a lo que uno de los padres del liberalismo, John Locke, escribió hacia el final del Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil (escrito en 1690):
"¿Quién podrá juzgar si el príncipe o el cuerpo legislativo están actuando en violación de la confiana que se depositó en ellos? (...) Y respondo: el juez habrá de ser el pueblo; pues ¿quién podrá juzgar si su delegado o diputado está actuando de acuerdo con lo que se le ha encomendado, sino aquel que le ha encomendado la misión y conserva todavía el poder de destituirlo cuando el depositario del encargo no lo cumpla?".
Y bien: es lo que empezó a pasar el 13/S. Y los escraches de esta semana son hijos de ese acontecimiento.
Escraches, y escrachos
La Real Academia Española toma estas dos acepciones de "escrachar". Dice: "1. Romper, destruir, aplastar. 2. tr. coloq. Arg. y Ur. Fotografiar a una persona". Es cierto que "escrachar" se entendió históricamente como sinónimo de "destruir, romper". Pero su origen se encuentra en la jerga policial, donde escrachar refería a reconocer a un delicuente. En consecuencia, en lunfardo originario ser escrachado era ser marcado por la policía: el rompimiento institucional de la estrategia de invisibilización del delincuente. "Escrachar", en fin, es develar una imagen (escondida), "fotografiar" o descubrir (inscribir) una identidad encubierta. Sigo la recopilación que hace Fernando Hugo Casullo (en Diccionario de voces lunfardas y vulgares, Plus Ultra, Buenos Aires, 1976), aunque la extiendo un poco, por cierto. Y así es como aquí tenemos, entonces, amalgamadas las dos definiciones antes citadas. De "escrachar", además, deriva "escracho": cara fea.
Nos vamos acercando a la actitud social que queremos describir. Lejos de ese origen policial, institucional, en la Argentina de los últimos tiempos se escracha a los escrachos sociales, a los impresentables sociales. Se busca "poner en evidencia", visibilizar: pero no de arriba abajo, sino al revés: de abajo hacia arriba. Claramente, el procedimiento del escrache tiene un sentido de impugnación social. Y a su vez, al congregar en la arena pública a una multitud, conforma un modo de "subjetivación" -como diría el fallecido historiador Ignacio Lewkowicz- subversivo. Esto es: la operación crítica que busca alterar la lógica instituida por las prácticas estandarizadas reproductoras de los lazos sociales, de los lugares, y de los sentidos de la vida y de las acciones, ya establecidos (recomiendo leer Pensar sin Estado. La subjetividad en la era de la fluidez, y también Sucesos argentinos. Cacerolazo y subjetividad postestatal, ambos de Lewkowicz).
Escribe Lewkowicz: "La inoperancia del aparto jurídico-político para castigar los delitos del poder parece que opera en todos los niveles. Tras el juicio a las Juntas que comandaron el proceso represivo de 1976 a 1983 y las progresivas concesiones de impunidad, se organizan distintos grupos que generan los escraches. Los edificios, las cuadras, los barrios, en los que reside algún criminal represor impune se ven paulatina y progresivamente inundados de una actividad que los denuncia públicamente como comprometidos en delitos aberrantes. El escrache compromete al vecino: el anonimato en que lo mantenía la impunidad jurídica es quebrado por la organización de esta denuncia colectiva. Ya el escrachado sabe que los otros saben que ha estado comprometido en algo, ya no es cualquiera. La máquina del escrache confía en la sanción social, en la incomodidad permanente, en el hostigamiento que efectivamente castiga a os impunes de la justicia oficial. En esta línea, el escrache, más que pedir justicia, hace justicia; es el modo en que efectivamente tratamos a nuestros castigados".
En los noventa, en un clima de falso perdón, de amnistía amnésica a los militares genocidas, de olvidos cómplices menemistas, de punto final y obediencia debida también, un grupo de ciudadanos argentinos que tenían la característica común -generadora de identidad, como dije- de ser hijos de detenidos-desaparecidos víctimas del terrorismo de Estado, le hacía saber a sus conciudadanos, con pancartas, cánticos, lágrimas paradójicamente alegres, y ciertamente rencor desbordado, pero pacífico, que en ese lugar vivía un chacal, un asesino. Qué diferencia con el nazismo, ¿no? Mientras los nazis en el poder marcaban a quienes iban a marginar o directamente asesinar, los hijos buscaban romper a los gritos un dispositivo de silencio que ocultaba asesinos. Jamás hubo violencia en estos escraches. Ésta es la génesis de los escraches en la Argentina, y es la que se repite hoy. Que quien más furibundamente los haya cuestionado sea un conspicuo representante de una clase política pasada de moda (?) como el Turco Asís, o un editorialista de La Nación, lo confirma, al menos para mí.
Nadie puede dudar de la vocación de justicia y de la convicción de protesta pacífica, de respeto a los derechos humanos y, en fin, a la vida, de los chicos de HIJOS. Ésa y no otra es la génesis, insisto, de los escraches en Argentina. Se entiende ahora por qué hablar de "nazismo" para referirse a esa práctica puede sonar ridículo y hasta insultante.
Los escraches de hoy apuntan, también como aquellos de los noventa, a producir sentido. Como ya casi todos reconocen, el 13/S alteró el escenario político nacional. Los escraches también pueden llegar a tener consecuencias o respuestas. De hecho, menos de 24 horas después del escrache a Oyarbide, el juez se apartó -arguyendo "violencia moral"- de la causa de Paula de Conto contra Moreno, que precisamente había ocasionado la manifestación, y que al día siguiente se repitió en la casa del supersecretario, en respuesta a su "Que se metan las cacerolas en el orto". La causa que originó ambos escraches de esta semana no me parece un detalle menos: Paula de conto representa, para muchos, una voz que se alza frente al dispositivo oficial del miedo.
Por lo demás, hay que agregar que los argentinos no viven escrachando a sus conciudadanos. Antes bien, es el gobierno nacional quien lo hace: a través de los programas de la televisión pública y por los medios privados que financia con pauta oficial, incumpliendo un fallo al respecto de la Corte Suprema de Justicia de la Nación; o la propia Presidenta por cadena nacional.
Quizá lo que es difícil entender sea que el malestar que viven hoy muchos argentinos no tiene como origen una crisis económica de las que son habituales por estos pagos cada más o menos una década, sino, más bien, demandas políticas, como lo pueden ser las de "respeto por las instituciones de la república", "calidad institucional" o "basta de corrupción pública" o "No al miedo" o "No a la RE RE". Cadenas de significantes que se van agrupando y llenando de sentido articulador. Los políticos e intelectuales k conocen el mecanismo, pues su filósofo político de cabecera es quien escribió toda su vida sobre ello: Ernesto Laclau.
¿Por qué no pensar, entonces, que las demandas son esas? Es decir: son políticas. ¿Acaso los argentinos no pueden, si es que la economía va tan bien como dice la Presidenta y le confirman los números del Indec, sentirse insatisfechos con esa -aparente- conquista y pedir más? Más democracia, mejor democracia.
Como lo escribí en el post titulado "13/S", la sociedad dijo "Basta, no tenemos miedo". Los escraches ciudadanos, inscriptos para mí en la tradición argentina de protesta social, no buscan generar miedo, como pretendían los nazis en 1934. Al contrario, fruto del click que fue el tan cercano 13/S, buscan liberarse del miedo como dispositivo de dominio al que apela cada vez más el kirchnerismo para gobernar. Seguramente había bronca en esos escraches. Pero era, paradójicamente, una bronca liberadora.
En síntesis: puede decirsde que cuando las instituciones de la república no cumplen en definitiva su rol mediador, el de procesar las demandas ciudadanas, son los ciudadanos los que "procesan" e interpelan a las instituciones y a sus agentes. De la forma que pueden o encuentran. Eso fue el 13S. Eso -y no otra cosa- fue lo que ocurrió la semana pasada frente a las casas de Oyarbide y Moreno.
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28/9/12
Intemperancia (sobre Cristina en Harvard)
Una vez más tuve que elegir un título entre varios. Quedó "Intemperancia", porque me parece una buena síntesis, pero también me gustaban: "Nunca es triste la verdad" o "Cristina tuvo un baño de realidad en Harvard". Mis reflexiones sobre la conferencia de ayer de la Presidenta.
Ayer fue un día importante para los que valoramos el debate respetuoso de ideas y el diálogo, y a la vez triste, también, para quienes exigimos que esa condición sine qua non de toda república se cumpla entre quienes ejercen el poder en la Argentina.
Ayer, la presidenta de la Nación asistió a un escenario codiciado por cualquier mandatario: la Escuela de Política Kennedy de la Universidad de Harvard. Y, en un clima que se fue tensando cada vez más, Cristina respondió tan sólo 10 preguntas. Repito: tan sólo 10 preguntas. En realidad, "respondió" es una forma de decir... Pues no respondió cuando se le preguntó en concreto sobre la inflación, o sobre la RE RE, o cuando se le pidió una -una- simple "autocrítica" (que jamás esbozó).
Es que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner no está acostumbrada a responder preguntas. En efecto, la última conferencia de prensa convocada por Cristina Kirchner fue hace 407 días, tras su arrasador triunfo en las elecciones primarias de agosto, como recordó el diario La Nación. Por eso fue que un estudiante le dijo: "Me siento un privilegiado por poder hacerle preguntas, señora presidenta".
En este contexto, Harvard es un mojón, pero también es sólo una anécdota en sí. Lo importante es que la Presidenta de la Nación se encontró con un público no adicto después de mucho mucho tiempo. Y debió enfrentarse con las críticas que, mal que mal, le hace medio país. Y eso no le gusta. En efecto, seguramente a muchos de ustedes les pareció rarísimo el hecho de que las palabras de Cristina no desembocaran en una catarata de aplausos alegres y condescendientes como a las que nos tienen acostumbrado en las distintas puestas en escena del poder gobernante.
Así es. Cristina demostró ayer por qué sólo se rodea de aplaudidores en las habituales cadenas y actos de gobierno (que son de todos, por cierto): no acepta voces que la contradigan. Quienes la contradicen "tienen muy poco nivel de análisis", como le dijo ayer a un estudiante y a su "compañerito", quienes le preguntaban por su patrimonio, por su voluntad por una RE RE, por el Indec, por la libertad de expresión, por la inflación, por el simple pedido de una autocrítica; por lo que, en fin, cuestiona o inquiere medio país sin obtener respuesta honesta sino chicaneos o reconvenciones presidenciales.
Sistemáticamente, Cristina descalificó las preguntas que le hacían por estar, según ella, influidas por los medios.Y mostró allí quizá su peor "vicio", en términos platónicos: su intemperancia, la cólera que la lleva fuera de sí, y que la alejan de las "tres virtudes" que debería tener -según el filósofo griego- un buen gobernante: prudencia, valor y templanza. Al contrario, la "gran oradora" que es Cristina se rebajó a la altura de un grupo de estudiantes "ricos" según ella (olvidando quizá que muchos están allí becados), que la cuestionaban. Para terminar incluso despreciando a todos los estudiantes y docentes de una universidad nacional: la Universidad Nacional de La Matanza: "Chicos, por favor, estamos en Harvard. Estas actitudes son más para La Matanza que para ustedes", retó.
En este punto, digamos que, en realidad, ese desprecio no es más que la verbalización de una indiferencia (en término de políticas públicas) que se había expresado concretamente meses antes. En efecto, el desprecio fundamental de CFK por La Matanza viene de hace tiempo y se manifiesta en la forma animalesca en la que viajan diariamente miles de matanceros en el Sarmiento. Ese desprecio ostensible e irrefutable desembocó en febrero en la masacre de Once. Todo cierra.
Volviendo a Harvard, visiblemente molesta, poco acostumbrada a estar en un escenario sin su coro de aduladores, aplaudidores, reidores o simples temerosos de contrariarla, la Presidenta olvidó una vez más que ella es la primera servidora del país, la que debería dar el ejemplo del manejo de la cosa pública, pero a quien, en cambio, parecería que hay que terminar a agradeciéndole que se exprese sobre cómo maneja la cosa pública, y la plata de todos. Y todas.
Pero para los que reclaman más libertad de expresión y respeto a las instituciones, Harvard es un mojón. Y sería loable que Cristina repita la experiencia en Argentina, y que empiece a recorrer las universidades argentinas, también, respondiendo libremente las inquietudes de los estudiantes, esos "jóvenes que son el futuro", como se jacta ella misma. Y, por supuesto, que otorgue regularmente conferencias de prensa; que, como representante del pueblo en el poder, responda a las inquietudes de los representantes de la opinión pública, los periodistas. Esa demanda insatisfecha que cada vez se hace oir más, pese a que Cristina se ufane grotesca, ridículamente, como lo hizo ayer, con que "hay millones de argentinos que hablan con esta presidenta constantemente".
Sería muy loable, en fin, empezar a exigir un funcionamiento republicano, con control institucional y ciudadano (accountability horizontal y vertical) sobre el Gobierno. Sobre el gobierno de una presidenta -a no olvidarlo- que subió al poder en 2007 con la promesa de "más institucionalidad"; institucionalidad que no sólo no ha mejorado sino que ha contribuido a destruir. Promesa incumplida. En el 13S, de hecho, también se canalizó esto.
Una última observación: contrariamente a lo que -quizá desde el prejuicio- se podría pensar teniendo en cuenta que el auditorio era conformado por estudiantes de Harvard no hubo preguntas con cuestionamientos desde enfoques neoliberales a la gestión kirchnerista. ¿Ustedes a qué creen que se deberá esto?
Lo cierto, en fin, es que Cristina tuvo ayer, en Harvard, un saludable baño de realidad. De una realidad que está a años luz de comer con $6 por día, por nombrar tan solo una fantasía del "relato", nomás. No parece haber aprendido mucho de la experiencia. Las valoraciones especulativas en términos políticos que se hacen en la intimidad presidencial son negativas. Mucho más aún que las de su paso por Georgetown.
A veces la realidad duele. Y no hay lugar para risas. Como dice la canción de Serrat: "Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio."
* Alguien posteó esta captura de pantalla de la cuenta de Twitter de CFK y la tomé, pues ella me tiene bloqueado en su cuenta, y no puedo ver directamente lo que escribe.
Ayer fue un día importante para los que valoramos el debate respetuoso de ideas y el diálogo, y a la vez triste, también, para quienes exigimos que esa condición sine qua non de toda república se cumpla entre quienes ejercen el poder en la Argentina.
Ayer, la presidenta de la Nación asistió a un escenario codiciado por cualquier mandatario: la Escuela de Política Kennedy de la Universidad de Harvard. Y, en un clima que se fue tensando cada vez más, Cristina respondió tan sólo 10 preguntas. Repito: tan sólo 10 preguntas. En realidad, "respondió" es una forma de decir... Pues no respondió cuando se le preguntó en concreto sobre la inflación, o sobre la RE RE, o cuando se le pidió una -una- simple "autocrítica" (que jamás esbozó).
Es que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner no está acostumbrada a responder preguntas. En efecto, la última conferencia de prensa convocada por Cristina Kirchner fue hace 407 días, tras su arrasador triunfo en las elecciones primarias de agosto, como recordó el diario La Nación. Por eso fue que un estudiante le dijo: "Me siento un privilegiado por poder hacerle preguntas, señora presidenta".
En este contexto, Harvard es un mojón, pero también es sólo una anécdota en sí. Lo importante es que la Presidenta de la Nación se encontró con un público no adicto después de mucho mucho tiempo. Y debió enfrentarse con las críticas que, mal que mal, le hace medio país. Y eso no le gusta. En efecto, seguramente a muchos de ustedes les pareció rarísimo el hecho de que las palabras de Cristina no desembocaran en una catarata de aplausos alegres y condescendientes como a las que nos tienen acostumbrado en las distintas puestas en escena del poder gobernante.
Así es. Cristina demostró ayer por qué sólo se rodea de aplaudidores en las habituales cadenas y actos de gobierno (que son de todos, por cierto): no acepta voces que la contradigan. Quienes la contradicen "tienen muy poco nivel de análisis", como le dijo ayer a un estudiante y a su "compañerito", quienes le preguntaban por su patrimonio, por su voluntad por una RE RE, por el Indec, por la libertad de expresión, por la inflación, por el simple pedido de una autocrítica; por lo que, en fin, cuestiona o inquiere medio país sin obtener respuesta honesta sino chicaneos o reconvenciones presidenciales.
Sistemáticamente, Cristina descalificó las preguntas que le hacían por estar, según ella, influidas por los medios.Y mostró allí quizá su peor "vicio", en términos platónicos: su intemperancia, la cólera que la lleva fuera de sí, y que la alejan de las "tres virtudes" que debería tener -según el filósofo griego- un buen gobernante: prudencia, valor y templanza. Al contrario, la "gran oradora" que es Cristina se rebajó a la altura de un grupo de estudiantes "ricos" según ella (olvidando quizá que muchos están allí becados), que la cuestionaban. Para terminar incluso despreciando a todos los estudiantes y docentes de una universidad nacional: la Universidad Nacional de La Matanza: "Chicos, por favor, estamos en Harvard. Estas actitudes son más para La Matanza que para ustedes", retó.
(Click en la captura para agrandarla y leer*)
En este punto, digamos que, en realidad, ese desprecio no es más que la verbalización de una indiferencia (en término de políticas públicas) que se había expresado concretamente meses antes. En efecto, el desprecio fundamental de CFK por La Matanza viene de hace tiempo y se manifiesta en la forma animalesca en la que viajan diariamente miles de matanceros en el Sarmiento. Ese desprecio ostensible e irrefutable desembocó en febrero en la masacre de Once. Todo cierra.
Volviendo a Harvard, visiblemente molesta, poco acostumbrada a estar en un escenario sin su coro de aduladores, aplaudidores, reidores o simples temerosos de contrariarla, la Presidenta olvidó una vez más que ella es la primera servidora del país, la que debería dar el ejemplo del manejo de la cosa pública, pero a quien, en cambio, parecería que hay que terminar a agradeciéndole que se exprese sobre cómo maneja la cosa pública, y la plata de todos. Y todas.
Pero para los que reclaman más libertad de expresión y respeto a las instituciones, Harvard es un mojón. Y sería loable que Cristina repita la experiencia en Argentina, y que empiece a recorrer las universidades argentinas, también, respondiendo libremente las inquietudes de los estudiantes, esos "jóvenes que son el futuro", como se jacta ella misma. Y, por supuesto, que otorgue regularmente conferencias de prensa; que, como representante del pueblo en el poder, responda a las inquietudes de los representantes de la opinión pública, los periodistas. Esa demanda insatisfecha que cada vez se hace oir más, pese a que Cristina se ufane grotesca, ridículamente, como lo hizo ayer, con que "hay millones de argentinos que hablan con esta presidenta constantemente".
Sería muy loable, en fin, empezar a exigir un funcionamiento republicano, con control institucional y ciudadano (accountability horizontal y vertical) sobre el Gobierno. Sobre el gobierno de una presidenta -a no olvidarlo- que subió al poder en 2007 con la promesa de "más institucionalidad"; institucionalidad que no sólo no ha mejorado sino que ha contribuido a destruir. Promesa incumplida. En el 13S, de hecho, también se canalizó esto.
Una última observación: contrariamente a lo que -quizá desde el prejuicio- se podría pensar teniendo en cuenta que el auditorio era conformado por estudiantes de Harvard no hubo preguntas con cuestionamientos desde enfoques neoliberales a la gestión kirchnerista. ¿Ustedes a qué creen que se deberá esto?
Lo cierto, en fin, es que Cristina tuvo ayer, en Harvard, un saludable baño de realidad. De una realidad que está a años luz de comer con $6 por día, por nombrar tan solo una fantasía del "relato", nomás. No parece haber aprendido mucho de la experiencia. Las valoraciones especulativas en términos políticos que se hacen en la intimidad presidencial son negativas. Mucho más aún que las de su paso por Georgetown.
A veces la realidad duele. Y no hay lugar para risas. Como dice la canción de Serrat: "Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio."
* Alguien posteó esta captura de pantalla de la cuenta de Twitter de CFK y la tomé, pues ella me tiene bloqueado en su cuenta, y no puedo ver directamente lo que escribe.
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15/9/12
13/S
Y el pueblo le dijo "NO" al miedo. No a la prepotencia y al cinismo del poder. Una vez más.
Lo decimos cada vez que podemos: al pueblo le sobra pintura. Por ejemplo, en el último post de este blog. En fin, para leer lo que ocurrió y sus repercusiones, me remito a las crónicas de los diarios de ayer y hoy. Yo quisiera humildemente señalar un par de elementos con la esperanza de que ayuden a la interpretación de lo ocurrido. A la disputa por la semiosis social, en suma.
En primer lugar, elijo recordar tres momentos históricos en los que los argentinos sintieron la necesidad espontánea (entiendo por tal cosa la inexistencia de convocatoria partidaria específica) de salir a la calle a protestar:
* El 19 y 20 de diciembre de 2001, tras la declaración del Estado de sitio del por el entonces presidente Fernando de la Rúa,
*En 2008, al inicio (sólo al inicio) del conflicto con el campo, cuando la presidenta Cristina Fernández de Kirchner habló despectivamente del "yuyito" que le financia las arcas al Estado nacional y de los "piquetes de la abundancia",
* Y en 2012, este jueves 13/S, en una convocatoria que se difundió muy masivamente por las redes sociales luego de que la presidenta dijera por cadena nacional, jocosa y aparentemente ingenua: "sólo hay que tenerle miedo a Dios. Y a mí... un poquito".
El poder de una declaración desafortunada. ¿Una? Quizá la confesión del deseo presidencial para que le teman haya sido un mero detonante. Y la gente salió a la calle en manada. Habrá que ver si esta oportunidad también constituye un "click" en el imaginario público social como lo fueron las dos anteriores. En estos últimos 10 años hubo muchas marchas y protestas, pero insisto en la característica particular de la de este jueves y las otras dos citadas: la ausencia de liderazgo definido.
Entonces, el pueblo marchó. Y se expresó. Con bronca, con odio, con alegría, con libertad (una libertad, paradójicamente, que se vive como mutilada). Esos que salieron a la calle también son el pueblo argentino, aunque la señora Estela de Carlotto les niegue esa condición por el simple hecho de que "estaban bien vestidos". Hemos vuelto tan a las cavernas que tenemos que discutir y reafirmar cosas elementales. Seguramente la mayoría de los participantes de la protesta social del jueves hayan provenido de la clase media.
La clase media argentina es y fue históricamente una de las más importantes de América Latina. Luego de tanto desprecio hay que empezar a reivindicarla. Con sus luces y sombras, esa clase media fue quien le dio identidad y grandeza a este país. Hay que acrecentarla con justicia social y educación. No despreciarla. Por lo demás, ¿quién asegura que, así como "el campo" de hoy no es idéndico al campo oligarca que defenestraba el primer peronismo, esta clase media actual se corresponde en todo con la histórica burguesía media temerosa que apoyó todos y cada uno de los golpes de estado en este país? ¿Cuántas décadas atrás hay que remontarse para encontrar una manifestación en que esa bendita clase media pedía la interrupción del orden constitucional? Al menos esa lección la hemos aprendido todos. Y el mérito por ese aprendizaje no le corresponde a una casta gobernante, sino a todo -todo- el pueblo. Nadie puede sostener con seriedad la idea de que la presidenta de la Nación deje Balcarce 50 antes de la fecha en que inexcusablemente deberá dejarlo: el 10 de diciembre de 2015.
Insisto, entonces: ¿acaso no era parte del pueblo el que salió a la calle el jueves 13/S?
Un kirchnerista que tiene la gentileza de seguirme en Twitter me respondía lo siguiente a estas ideas expresadas al pasar en 140 caracteres: "@1nuncasabe: si en latinoamérica solo votaran las clases medias, gobernaría la derecha en Venezuela, Ecuador, Bolivia y Argentina". ¿Perdón? Otro argumento en la línea del desprecio por las clases medias. Pobrísimo y falso, por lo demás. ¿O acaso hay que colegir de él que en Argentina la población es mayoritariamente de clase baja (pero y si fuera así ¿quien, entonces, votó a CFK en 2007 y en 2011?)? Semejante afirmación no se corresponde con las naturales consecuencias de la bonanza económica y social que pregona el relato oficial. Basta con remitirse al Indec, o a Artemiópolis.
En efecto, no tiene caso discutir un razonamiento que se da de patadas con el hecho incontrastable de que más del 50% de la población argentina es clase media. Y, ciertamente, sin ella no se gana una elección. Y, en fin, tampoco tiene caso discutir el sol. Más cuando es algo que Nésto Carlo Kirchner siempre supo y tuvo bien en claro.
Pero, además, la soberbia que conduce el Estado argentino hoy no dejó de subestimar y despreciar a aquello a lo que Nésto -hábil político- le temía: la calle. En efecto, Nésto (Carlo) trabajó "bien" al principio de su gobierno, con desclasados como Luis D'Elía y cía, alejando a la clase baja y media de la calle. Más allá del chamuyo clivajizador k, la clase media argentina también es pueblo. A no olvidarlo.
En vez de estigmatizar, como siempre, a un sector de la sociedad, el poder podría haber elegido atender la demanda de fondo como legítima. Y no simplemente legítima desde el punto de vista de la tan mentada "legitimidad democrática" de expresarse (pareciera como que hay que agradecerle al poder porque permiten al pueblo expresarse). En efecto, ¿por qué no pensar que fue un reclamo por la excelencia, una demanda aireadora, vital y recurrente para la democracia? La democracia es aquel sistema que siempre pide más: más libertad, más justicia, más igualdad social, y que precisamente se realimenta de aquella energía. Una demanda por más y mejor democracia, como escribe Jorge Lanata en su columna de hoy en Clarín. O simplemente, para que se entienda: una demanda por más.
Pero no, mejor descartarlo y seguir con la propia, ha decidido responder el poder. Es un error que genera (más) asfixia.
En efecto, el principal espadachín encargado de salir a tapar el sol con las manos fue el Jefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina, quien dijo ayer que a los manifestantes del cacerolazo "les importa más lo que ocurre en Miami que lo que ocurre en San Juan". Es contradictorio (y risible) que los seguidores ideológicos de los planteos de la "democracia radical" del politólogo Ernesto Laclau no respeten las identidades del otro, y sean tan intolerantes.
Ni lento ni perezoso, Daniel Scioli ya se diferenció. El gobernador bonaerense señaló: "Hay que escuchar con mucho respeto y humildad y exigirse más para cumplir las expectativas. Hay que interpretar las nuevas demandas que se pueden ir incorporando, particularmente de la clase media, y responder con trabajo. La gente está muy sensibilizada con determinadas cuestiones que hay que atender con humildad por parte de quienes tenemos responsabilidad institucional". Además, Scioli destacó que quienes marcharon a la Plaza de Mayo lo hicieron "con mucha serenidad y respeto".
La marcha del jueves 13S no sólo sucedió por la soberbia provocadora, la estupidez provocadora, por el no a la re-re, la inseguridad, la inflación, el no al cepo (un cepo tanto monetario como ontológico), la prepotencia de la AFIP, la cadena nacional semanal, los descarrilamientos de trenes semanales, Once, la corrupción, Schoklender, Ciccone, el doble discurso, Vatayón Militante, La Cámpora en las escuelas, los $6 por día del Indec, etc., etc., sino por otra razón fundamental: las demandas de la gente no sólo no son escuchadas sino tampoco canalizadas institucionalmente: los tres poderes del Estado están en manos de la Revolución Ilustrada. Y en el caso del Poder Legislativo, el debate es sólo figurativo, ninguna idea opositora es escuchada, atendida. Y cuando al poder le sirve, la disuelve y la presenta como propia. Sólo hay un actor. En esto por cierto la oposición tiene una gran cuota de responsabilidad. La otra, es de quien ejerce el poder. En el medio, la gente se siente cada vez menos representada, cada vez más asfixiada políticamente. Eso es lo que intuyen algunos intelectuales orgánicos como Horacio González, miembro de Pensamiento a la Carta y director de la Biblioteca Nacional, al señalar que hay que prestarle oídos a la marcha. Quizá actúan con un dejo de honestidad intelectual, y quizá también sean vistos desde el poder como meros ingenuos.
Como sea, todo lo ocurrido será auspicioso sólo en la medida en la que clase dirigente TODA sepa leer la interpelación que el pueblo le ha enviado el jueves 13/S. De lo contrario, el escenario político a futuro es preocupante. El sayo le cabe, inexcusablemente, a los -que se dicen- opositores: hacerse cargo también. También fue contra ustedes. Van detrás de los hechos. No parecen estar a la altura de este pueblo... Lo expresa bien la mirada de afuera, del diario español El País, de Madrid: "Los argentinos protestan contra la presidenta al margen de los partidos".
También -también- es un fuerte llamado de atención para los medios & periodistas tradicionales, que no supieron anticipar lo que se estaba gestando, lo que se venía. Otra vez: estado de cosas - acontecimiento, ¿no? Qué difícil se le hace a todo lo establecido leer lo repentino, lo que aparece, lo que va siendo...
En alguna de las redes sociales, alguien decía: "el tema es que la necesidad de anonimización de los convocantes, por alguna razón, es un significado a construir". Un punto de vista atendible, al que el sociólogo (UBA) Luis García Fanlo agregaba: "lo que me interesa es que existe una fuerza social que reconfigura el campo preexistente de relaciones de poder... y como no hay nada fuera de la sociedad y de las relaciones de poder que la constituyen, en todo caso el 'monstruo' fue creado por el propio gobierno y la fuerza social que lo acompaña o dice acompañarlo. Todos son el monstruo del otro".
Interesante. Ahora, ¿por qué no pensar que la "necesidad de anonimización" de la que bien se hablaba por ahí se deba al mecanismo del poder gobernante que hace que todo lo que no es propio es satánico o ya tiene un lugar predestinado en el averno (k)? Y, en ese sentido, la estrategia de los "marchantes" (me refiero no al hecho fáctico de haber marchado sino al subjetivo de identificarse con ellos) parece haber sido exitosa. Otra vez la cuestión del acontecimiento y su inscripción en la "realidad" para confinarla a ella... ¿Cómo pegarle un golpe certero a lo informe? Ésa es la pregunta que se hacen en el poder por estas horas.
Por lo pronto, el kirchnerismo ya organiza "contramarchas". Creo que, en realidad, conceptualmente en términos de contrapoder, habría que considerar como "contramarcha" a la del 13S. Las que organicen los K serán, simple e irrefutablemente, marchas a favor del poder estatuído.
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