9/11/10

El clivaje político, ¿la peor herencia K? (segunda parte)

Desde la otra punta del planeta, un amigo proveniente de las ciencias duras, al leer mi anterior artículo, me pidió, expresando un atendible celo cientificista, que le definiera mejor el concepto de "clivaje" y de "fractura social". Como si hubiera que explicar demasiado el odio que antaño cargaban los liberales (y muchos radicales y de izquierda también) hacia los "peronchos", o viceversa, los "muchachos peronistas" hacia los "gorilas". Como si hubiera que explicar demasiado los bombardeos a la Plaza de Mayo de 1955. No obstante, es cierto: corresponde precisar.

El término clivaje -o cleavage- significa escisión o fractura. Como categoría de análisis proviene, originariamente, del psicoanálisis. Con ella, Lacan (y antes Freud, con su “complejo de Edipo”) describe el "corte" o separación que realiza el padre (o quien cumpla esa función) del individuo sobre el deseo hacia la madre.

Pero ha sido usado en la ciencia política para expresar, como se dijo, una fractura societal relevante. El clivaje político o social al interior de un país puede tener como origen diferentes causas: ideológicas, religiosas, culturales, económicas o étnicas. El clivaje político genera o refuerza identidad política, y repercute sobre el sistema político de la sociedad; alínea a los miembros de la comunidad de un lado o de otro, a favor o en contra. Es decir: separa. Pero lo que caracteriza al clivaje político es la intensidad y la vehemencia de tal separación. No es la mera "división de intereses" presente en cualquier sociedad.

Los politólogos Seymour Martin Lipset y Stein Rokkan estudiaron hace décadas los orígenes históricos de los partidos políticos, y los tipificaron según cuatro crisis: nacionalismo versus separatismo (en el medioevo), confesional versus laico, urbano versus agrario y, por último, capital versus trabajo. A quien le interese profundizar en este análisis histórico puede leer el clásico Party systems and voter alignments: cross-national perspectives (1967), de los mencionados autores.

Torcuato Di Tella entendió el caso argentino como un "clivaje de clase". Así definió, en 1972, al surgimiento del peronismo de 1945: una división irreconciliable entre dos sectores enfrentados por el control de los medios de producción.

No comparto esa postura, por varios motivos. Pero el más relevante para este artículo es que esa lectura olvida el gran componente cultural que expresa esa fractura (véase, al respecto, el libro Resistencia e integración, de Daniel James). Es decir, excede la marxista "determinación económica en última instancia". En efecto, nuestro clivaje no es "obreros" versus capitalistas, sino peronismo - antiperonismo.

Pero no quiero aburrir. Volvamos al kirchnerismo y su modo de hacer política.

Me quisiera detener en un argumento que encontré entre los comentarios a mi nota anterior sobre el clivaje. Este señala que el clivaje que se vive "se genera desde la oposición" y "desde los principales monopolios mediáticos". A esto podría responderse con las responsabilidades indelegables que tiene el gobierno al ejercer el poder y ser ejemplo de. "Promover la paz interior", reza el Preámbulo. Sin embargo, el argumento más fuerte no es institucional sino que procede del orden del discurso.

Sabemos, con Eliseo Verón, que todo discurso político se caracteriza por tener tres destinatarios: el "prodestinatario" (el "nosotros"), el "contradestinatario" (el "ellos"), y el paradestinatario (el público independiente). Podría decirse que esto es lo que bien conoce y maneja el peronismo kirchnerista. Pero no. El discurso destinado a fortificar la identidad de la "tropa propia" y a fustigar al "adversario" es propio de todo partido político, en toda democracia sana. El problema empieza cuando el otro no es el adversario sino el "enemigo". Y aquí, el centro de todo está en el uso de la palabra "pueblo".

En efecto, el problema empieza cuando el "nosotros" no es una parte del pueblo sino que se totaliza: cuando el discurso político pretende que "nosotros" es igual a "pueblo", y el resto, lo que queda afuera, es el antipueblo. Es el clivaje político.

Importa, como señalé en mi anterior artículo, el uso que el político hace de este mecanismo: profundizar el clivaje y fracturar más a la sociedad, o intentar superarlo. Y bien: hay que decirlo claramente: por más virulento que sea su discurso contra el oficialismo, ningún partido político de todo el amplio abanico de la oposición (desde la derecha más rancia a la izquierda más testimonial) ha jugado con la idea de "pueblo" - "antipueblo" como lo viene haciendo el peronismo kirchnerista desde marzo de 2008.

Hasta el mismo Juan Perón, ya viejo, intentó desactivar el clivaje que llevaba su nombre. Recuérdese la transformación que sufrió aquella "verdad peronista" que decía que "para un peronista no hay nada mejor que otro peronista". Como recuerda Verón en Perón o muerte, fue el propio General quien, al volver, dijo que "para un argentino no hay nada mejor que otro argentino".

La historia parece repetirse. Más de 30 años después, el kirchnerismo vuelve a apelar a ese bajo recurso. Como lo hiciera hace medio siglo el viejo peronismo, el nuevo peronismo se presenta discursivamente ante la sociedad como "nosotros, el pueblo". Enfrente, están "las corporaciones": los militares, la iglesia, el campo, la industria, los medios de comunicación y hasta la Corte Suprema. Antaño, la palabra que definía al enemigo era "oligarquía" (el campo).

Y no hay lugar para "tibios" o posiciones racionales o equidistantes. El que no está con "nosotros" (con el pueblo) es un "traidor" (a nosotros: al pueblo). Es la vuelta del clivaje político: la peor herencia K.

Para finalizar -por ahora- les dejo un ejercicio. Comprueben ustedes mismos la vuelta del clivaje. Traten de discutir con su mejor amigo, con el compañero de la infancia que siguen viendo, con el de la oficina de enfrente, con el cliente que viene al negocio a comprar, con su pareja, con cada argentino con el que se crucen. Lo conozcan hace mucho o hace poco, discutan sobre el kirchnerismo y sobre el país actual. Y, por sobre todo, traten de no terminar enemistados si opinan diferente al otro.

El clivaje político -la fractura social- olvida lo que nos une. Porque no hay unión posible con el “enemigo”, con el “antipueblo” (la justificación, el contenido concreto que le da el kirchnerismo al significante “enemigo”). Al “enemigo”, a ese que -como dice Schimdt- interpela con su estar ahí la esencia de mi propia existencia, sólo cabe eliminarlo (curioso: porque el filósofo de cabecera de los K es Ernesto Laclau, quizá el más sólido pensador político antiesencialista de la actualidad). Incluso, en una discusión de café. Eliminación simbólica. Incluso, si el que está enfrente de la mesa es nuestro mejor amigo.


Leer el primer artículo: "El clivaje político, ¿la peor herencia K?".

4 comentarios:

  1. NO hay que olvidar que Hitler también utilizó la retórica de los enemigos, que nos hicieron daño.
    Quiero decir que usan los mismos recursos discursivos que los nazis.

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  2. ¿No es el mismo discurso del neoliberalismo con el "enemigo comunista" o del "enemigo terrorista" de la casa blanca?

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  3. Fe de erratas: en el último párrafo quise escribir Schmitt, por el filósofo político alemán de mediados del S.XX Carl Schmitt.

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